En su primer proyecto, y a falta de los que vendrán, el vallisoletano Dulzaro tenía claro qué quería representar en este estreno titulado “Ícaro”. “Todo lo que soy. Mi raíz viene de cuando empecé a bailar jotas, respetadas en el proyecto a través de sus compases. Para mí eso es muy importante, aunque luego haya electrónica, baile y muchas locuras. Soy muy curioso y me lo paso muy bien produciendo en casa y volviéndome loco. Entonces viene esa inquietud consistente en decir unas seguidillas y ver hasta dónde pueden ser seguidillas y cuando te pueden llevar a una rave”. Aunque para llegar a este punto y desplegar sus alas, antes tuvo que aprender a volar. “Yo empecé el proyecto tapándome la cara con un sombrero. No enseñaba la cara porque para mí era importante enseñar la música, las canciones. Luego ya me fui quitando capas como una cebolla, siendo cada vez más yo y aprendiendo que en un escenario todo está permitido. Cuanto más honesto eres, más desparpajo tienes y más libre eres. Y más le gustas a la gente”.
"Todos sabemos que con lo de ‘maricón’ hay un estigma y es una palabra muy odiada, pero ‘castellano’ también"
Ahora que vuela libre y no teme a hablar de temas importantes y necesarios que le afectan, como la homofobia. “Compuse una canción pensando en Samuel, el chico de Galicia que asesinaron a grito de ‘maricón’ y también lo relacioné mucho con Lorca. Era mi séptimo concierto y la canción rompía con electrónica oscura justo cuando decía ‘maricón’. Era a mitad de concierto y toda la primera fila se fue del concierto. Entonces dije ‘Wow, ¡qué poder tienen la música y las palabras!’. También en el concierto de Mika, aquí en Valladolid, saqué una camiseta que ponía ‘castellano y maricón’. Estaba delante de 15.000 personas. Todos sabemos que con lo de ‘maricón’ hay un estigma y es una palabra muy odiada, pero ‘castellano’ también. Aquí no hay ese orgullo que hay en Galicia sobre la comunidad. Por lo tanto, son dos cosas de las que tengo que estar muy orgulloso. Fue un desnudo emocional heavy”.
También reflexiona en canciones como “Veinte Duros”, en donde crea una radiografía del dolor y la fe de Castilla, que sufre y expresa cantando. “Aquí cada pueblo está muy separado y hay mucha soledad. Hay mucha gente que se va y yo eso lo he notado. Puede haber mucha celebración, pero hay que buscarla y hay que hacerla. La canción es un fandango de Segovia y fíjate lo que dice la letra. Los sabañones son algo que te sale por el frío de las manos y se pensaba que era como la sífilis, que se podía pegar. Antiguamente no había tantos conocimientos y se intuían las cosas. Quería representar esa crudeza”. Su viaje termina en las antípodas de donde había comenzado, con una versión alternativa de “Ícaro”, que es la pieza más electrónica del disco. “Necesitaba una canción que llevase el mantra de Ícaro y que a la vez tuviera elementos disruptivos. El inicio es una canción con dulzaina. Un poco tecno, pero muy oscuro y bailable. Te lleva por este viaje y cuando va a terminar me lo cargo. Metafóricamente, ese es inicio y final. El proyecto empieza y termina aquí”.
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