“Hay algo precioso en el acto de hacer arte mientras la civilización colapsa”
Entrevistas / Diiv

“Hay algo precioso en el acto de hacer arte mientras la civilización colapsa”

JC Peña — 23-06-2024
Fotografía — Louie Kovatch

No les ha sido fácil a los de Brooklyn llegar a su cuarto disco, pero ha merecido la pena. “Frog In Boiling Water” (Fantasy/Music As Usual, 24) va sobrado de la tension y crudeza emocional que caracteriza a DIIV. Además de confrontar el capitalismo salvaje en el que nos movemos.

Y ya sea un puro revival o no lo que hacen -que eso daría para una larga discusión-, ya les gustaría a algunos ilustres “padres” del ruidismo melódico shoegaze tener un nuevo trabajo tan majestuoso.

Colin (bajo, teclados), Andrew (guitarra), Ben (batería) y Zachary (voz y guitarra) se conectan por Zoom en una conversación que arranca caótica pero se va ordenando. Igual es una cosa mía, pero la fricción creativa que a veces produce tan buena música -y también acaba con los grupos- se siente incluso a distancia.

Y la corporativización que devasta su país desde hace tanto tiempo es el gran tema del álbum. Dicen que si tienes la mala idea de meter una rana en agua hirviendo saltará inmediatamente, pero que si la calientas lentamente no podrá evitar cocerse. Ellos utilizan esta metáfora para explicar su propia situación, en un momento en el que la clase media (también la de los músicos) pelea por no hundirse del todo. La banda ha creado incluso una canción con web ficticia (“Soul-net”) que, al estilo de las farsas distópicas de Paul Verhoeven, conecta con su vídeo de “Brown Paper Bag”: una corporación inventada te vende que lo que te pasa es culpa tuya, no del sistema. Una perversión muy americana lo de prescindir de la sociedad.

“Hay cierta mitología sobre la democracia en los grupos”

“El perfeccionismo y las fechas límite no se llevan bien -afirma el bajista, en relación al interminable proceso de creación de su cuarto trabajo-. Durante mucho tiempo no tuvimos fecha de cierre. Al final, cuando llegamos a un punto en el que teníamos que acabar y nos la pusimos. Pero empezamos a ser más efectivos con nuestro tiempo. Nos dimos mucha libertad porque como teníamos contrato la idea era simplemente hacer un gran disco. Sin el estrés de pensar en quien está esperando a que le entregues algo. El problema es que eso acabó siendo un arma de doble filo, porque no teníamos a nadie persiguiéndonos para que acabáramos las cosas”.

Es algo que tiene que ver con un nivel de exigencia peligroso, y también con su dinámica grupal, que por lo que se intuye no debe ser la más fluida del mundo. “Cuando haces música cuesta decir cuándo está acabada -dice Andrew-. No es como pintar o cosas que tienen un acabado obvio. Siempre tiendes a añadir a una canción algo que la mejore, y eso genera desacuerdos. Tienes a cuatro personas con gustos distintos, y no hay algo que esté bien o que esté mal. Es más bien: Oye, que quiero meter esta guitarra. Y una persona está flipada, pero resulta que a las otras dos no les emociona. De modo que tienes a dos contra dos. Y luego, trabajar todas las cosas por las que pasan todos los grupos. Supongo que ahí es donde entra el perfeccionismo”.

Parte del problema fue que el grupo trató de llegar a un consenso totalmente democrático. Y eso, como bien se sabe, no es tan sencillo. “Hay cierta mitología sobre la democracia en los grupos, y lo bonita que es -explica el batería con lucidez-. Como que Red Hot chili Peppers se meten en un local y hacen “Blood Sugar Sex Magik”. Es muy tentador tratar de hacerlo, precisamente porque es algo muy manido en la mitología del rock and roll. Pero me pregunto lo democrático que es, en realidad. Cuando hicimos esto no podíamos votar sobre las cosas, y teníamos que tratar de ponernos de acuerdo sobre lo más complicado, pero la idea era reflejar el cambio que queremos ver en el mundo, por cursi que suene”.

Los cuatro ya eran fans de la estética sonora de Chris Coady, el técnico y productor responsable de bandas como Beach House o TV on The Radio. “Cuando le conocimos pareció entender inmediatamente lo que hacíamos -continúa Ben-. Parecía perfecto en cuanto a la química, por no hablar de sus habilidades técnicas. Habíamos jugado con la idea de grabarnos nosotros mismos, y lo empezamos a hacer. Pero al final se metió en el estudio y grabó casi todo. En ese sentido, el proceso fue un poco diferente”.

El resultado es deslumbrante, en especial con las guitarras, una parte esencial de la música de DIIV. Zachary destaca el olfato del productor. “Chris insistió en hacerlas en una toma, con cada uno tocando su parte en directo. Insistió mucho en hacerlo en vivo. No era lo que pretendíamos. En realidad queríamos que fuera más un disco influenciado por la electrónica. Chris nos escuchó tocar juntos y nos pidió que lo hiciéramos así. Podíamos buscar tonos nuevos, pero de un modo distinto a “Deceiver”. Me parece que “Deceiver” es mucho más simple. Entonces usamos una guitarra, un buen pedal y un buen ampli, o ningún pedal, y aquí procesamos más las guitarras”.

Más allá del sonido, las canciones se concibieron como instantáneas de un mundo que “colapsa”. Andrew asegura que “nos interesa, es algo de lo que hablamos y que tenemos en mente. No es que estemos acojonados pensando que el mundo se vaya a acabar, pero es fascinante. Cuando quedamos para ensayar y nos tomamos un café y fumamos antes fuera, estamos como: ¿Tío, has oído esto? Cuando haces algo artístico, lo expresas naturalmente”.

“Los músicos tienen hoy los mismos problemas que cualquier trabajador”

La idea de crear una web ficticia que acompañara su single tiene que ver con todo esto. Lo explica Zachary: “Queríamos expandir el mundo del vídeo, con esta corporación que te dice que lo que te sucede no es culpa del capitalismo. Es una pequeña narrativa basada en la realidad, pero también pensamos que sería un buen modo de involucrar a la gente en el mundo del disco, en lugar de decirles que escuchen mi canción”.

El guitarrista explica con crudeza el panorama al que se enfrentan hoy músicos como ellos, dentro de este ambiente de híper concentración de capital. “Es una mierda, porque los grupos ya no ganan dinero. Y eso nos afecta. Parte del colapso tiene que ver con corporaciones como Spotify, que contraponen la creación de música con las listas de reproducción. Como nos entra menos dinero, los músicos tienen que buscarse otros trabajos, que son terribles. Como músico, yo siempre pensé que se me iba a dar muy bien lo de ser pobre. Y lo hice. Pero se ha hecho cada vez más difícil, hasta el punto de que hoy es imposible. Ser pobre en la música ya no funciona. He llegado a un nuevo nivel de no poder funcionar dentro de la sociedad. Milton Friedman se ha salido con la suya”.

“El modelo de Spotify es un buen ejemplo de todo esto -añade el cantante-. Funciona igual que cualquier corporación. Durante la pandemia vimos muchísima riqueza transferirse a la gente más rica del mundo, el CEO de Spotify incluido. Ellos ganan esa riqueza a costa de los trabajadores, y creo que es importante que los músicos se posicionen como trabajadores, porque hay que entender cómo funciona esto. Es un poco raro dar una entrevista y quejarte de que no tienes un duro, pero es que creo que los músicos tienen hoy los mismos problemas que cualquier trabajador. Y es algo que se ha acelerado mientras hacíamos este disco, y de lo que hablamos”.

Todo esto puede ser una losa por deprimente, pero a ellos les hace “querer hacer un buen disco aún más, porque nuestra vida depende de ello. Pero en cuanto a la motivación, una gran parte de ello, incluyendo la promo, es trabajo sin cobrar. Tienes que encontrar la motivación en otras partes”.

“Durante la pandemia nos preguntamos cuál es el sentido de hacer arte si ya no hay sociedad”

El batería encuentra cierta ironía en la búsqueda de la belleza mientras todo se derrumba, “porque durante la pandemia creo que todos nos preguntamos cuál es el sentido de precioso, poético, en el acto de hacer arte mientras la civilización colapsa. Probablemente deberíamos estar haciendo otras cosas más enfocadas a la supervivencia, pero lo sacrificamos para hacer arte, que es lo que siempre hemos querido hacer”. Y todos se ríen amargamente con la imagen de la orquesta del Titanic tocando mientras el buque se va a pique…

Un disco con tantas texturas y capas parecía difícil de llevar al directo, pero se han sorprendido de lo bien funcionan las canciones incorporadas a su set. Hablando del directo, Zachary admite que “los festivales son el objetivo, no tanto por la experiencia musical en sí, sino porque son un buen entorno para que te descubran, y pagan mejor. Son muy interesantes porque suelen ser una experiencia caótica y abrumadora, y tienes que tener en cuenta qué día ha tenido la gente. Lo que hacemos funciona bien en un gran escenario, lo comprobamos el año pasado en la gira con Depeche Mode”.

El bajista se pone en guardia cuando les pregunto qué piensan cuando se les asocia a un género cuyos padres lo inventaron más de tres décadas atrás. Eso no quiere decir, aclaro, que su música sea impersonal. “Se nos asocia mucho al shoegaze -interviene Zachary- y no queremos disociarnos del término, porque es importante e influyente. Además, está teniendo su momento ahora mismo. No estoy seguro de que hayamos hecho un disco de shoegaze, pero es verdad que nuestra música tiene esa visceralidad emocional. Está muy bien incorporar algunos de sus elementos, pero creo que también vamos en otras direcciones. No somos puristas en cuanto a los géneros”.

El balance del vocalista y guitarra es, pues, agridulce. “Salimos de la escena Underground de Nueva York en un momento en que era más vibrante. Luego llegamos a una escena mayor, y hoy es más difícil por lo económico, todo es menos orgánico. Creo que todo es peor, pero hemos hecho un disco que nos hace relevantes en el mundo de hoy”.

 

 

 

 

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