Bradford Cox, excéntrico líder del grupo, califica su octavo disco como “increíblemente desolado”. El contraste entre melodías luminosas y el pesimismo existencial de nuestro hombre se acentúa con sintetizadores analógicos, misteriosas marimbas, clavicordios, xilófonos y la casi total ausencia de guitarras. Por teléfono, Bradford se muestra tan cercano como dueño de opiniones matizadas y contradictorias. Así es la realidad en que vivimos: oblicua, extraña, llena de paradojas. Como el Sur natural de la banda. Bradford está deseando volver a España, incluso hacer una gira por aquí, como hace unos años. “Viajé en tren y me encantó, es un país precioso. No recuerdo el año, no pienso en términos temporales”.
Ya habéis sacado unos cuantos discos espléndidos, pero este además se aleja en su forma de lo habitual. Suena simultáneamente futurista y clásico. ¿Cómo lo afrontasteis?
Bueno, yo me veo a mí mismo más como un cineasta, un novelista o algo así, porque creo que ser sólo un músico de rock es algo, no sé, anticuado o de mal gusto. Prefiero encarar cada nuevo disco como lo haría un director de cine, y ver qué cosas pasan cuando las cámaras empiezan a grabar. Me encanta luego llegar al proceso del “montaje” y ver cómo se contextualiza todo lo que va saliendo. En el caso de este disco, quería que fuera ante todo sobre el presente y cómo son las cosas ahora, porque nunca me he sentido más incómodo con el mundo tal y como es en este momento. Me aproximé a este problema desde varios ángulos: he tratado de contar historias sobre este tema, en lugar de quejarme. He intentado comprender.
“Nunca me he sentido más incómodo con el mundo tal y como es en este momento”.
Pero es un álbum mucho menos guitarrero que los otros. De hecho, apenas hay guitarras, y creo que las que hay, las metisteis directamente a través de la mesa, en lugar de usar la calidez de los amplificadores.
Sí, desde luego no quería componer tanto con la guitarra. Por supuesto, la guitarra es mi principal instrumento para escribir, y empezó siendo difícil, pero muchas canciones como Death in Midsummer las compuse con el piano. Y bastantes no tienen ninguna guitarra en absoluto.
Usáis instrumentos muy poco típicos, como las marimbas.
Sí, hemos utilizado marimbas, xilófonos de madera…un montón de cosas.
El título del disco es enigmático, y puede entenderse como pesimista, pero contrasta con la luminosidad de muchas melodías. ¿Buscabais este contraste?
Bueno, el título se define a sí mismo. Cuando encuentro algo que me llama la atención, me limito a seguirlo, me comprometo con ello. Es difícil explicar si tiene un significado más amplio. Creo que es el oyente quien tiene que encontrar ese significado. Si tienes algo enigmático, lo peor que puedes hacer es explicarlo, porque deja de ser un enigma.
Entonces, teniendo en cuenta ese contraste, ¿dirías que es un disco optimista o pesimista?
Es un disco increíblemente desolado y oscuro. Básicamente, no hay ningún optimismo al que agarrarse.
¿Te sientes así por la política?
Me siento así por todo. Soy muy existencial.
Numerosos grupos y artistas de vuestro país están haciendo discos muy influidos, de una u otra manera, por el ambiente que se ha vivido en estos últimos años. ¿Crees que es bueno para el arte una situación tan confusa como la que vivimos?
Nunca puedes estar seguro de cómo influye, pero no creo que los artistas estén en un buen lugar ahora mismo.
Desde vuestras magníficas portadas, tengo la impresión de que sois de esos pocos grupos que siguen afrontando un disco como una obra de arte total y totalmente personal. No sé si esta “tradición” se está perdiendo un poco.
Sí. La cosa es que yo diseño personalmente las portadas, elijo los colores, el arte y las tipografías. Lo selecciono todo y después lo pongo junto de manera mecánica. No quiero sonar fanfarrón o algo así, pero no entiendo por qué cada vez más artistas, en nuestra cultura, tienden a encargarle estas cosas a equipos ajenos. Para mí, una obra de arte pertenece a un autor. Yendo atrás en el tiempo, ni siquiera me gusta la idea de Warhol de que otra gente hiciera obras que él firmaba. ¿Me entiendes? La idea de una fábrica de serigrafías…¿Por qué no las haces tú mismo? Creo que si grabas un álbum y luego dejas que otros hagan los vídeos o la parte gráfica, te estás rindiendo.
Creo que mi canción preferida es 'What Happens to People'? Es realmente especial, y creo que define vuestro carácter. ¿Podrías contarme algo sobre ella?
Oh…desafortunadamente es la única canción de la que no quiero hablar, porque es bastante personal. Trataba originalmente sobre un amigo que murió, aunque después pasó a ser una reflexión sobre cómo la gente en general puede llegar a estar tan perdida.
Deerhunter ha tenido un montón de cambios de formación en estos años. ¿Crees que esto ha sido beneficioso a la hora de cambiar de sonido y hacer cosas diferentes?
Mi interés primordial es explorar nuevos sonidos con gente vieja (risas). Me encanta mi grupo y todo lo que aporta cada individuo. A nivel personal, fuera de Deerhunter, me gustaría emprender proyectos más vanguardistas o de improvisación con otras personas. Pero eso serían lo que yo llamo experimentos. Deerhunter es algo de lo que dependo por su consistencia. Sé que Moses (Archuleta) va a tocar la batería bien, sé que Lockett (Pundt) complementará perfectamente cada canción. Estas cosas significan mucho para mí. Así que no pienso mucho en la idea de trabajar con gente nueva.
“No entiendo por qué cada vez más artistas les encargan las portadas a otras personas. Una obra de arte pertenece a un autor”
En enero os embarcáis en una gira por Estados Unidos, Japón y Europa. Sólo os he podido ver una vez, en un Primavera Sound de Oporto, y fue un concierto con una energía muy especial. ¿Crees que las nuevas canciones encajarán bien con el material antiguo?
Estoy seguro de que será divertido, porque la cuestión es que Deerhunter jamás ha planeado nada con el directo. No somos la típica banda que ensaya y ensaya una y otra vez. Nos sabemos las canciones más o menos y las tocamos de maneras diferentes, hasta que encontramos una que funciona bien y entonces nos perdemos en ella. No hacemos demasiados planes, pero quiero tocar prácticamente todo el material nuevo. Ése es mi objetivo. Lo que pasa es que estamos hablando de decisiones intelectuales, o mentales, cuando luego también hay que tener en cuenta muchas cosas técnicas a decidir, del tipo de cómo tocar una canción que tiene cinco teclados si en directo no los tienes.
Estuve viendo una entrevista relativamente reciente en la que decías que vivimos un momento de declive cultural porque al ser la música tan sumamente accesible en todo momento -y podría hablarse de otros medios artísticos-, se ha devaluado mucho. Es una reflexión interesante y creo que no te falta razón.
Si, pero lo opuesto a eso sería que la música fuera accesible sólo a gente privilegiada. Entonces, también tengo un sentimiento que contradice mi primera declaración: y es que esa misma tecnología permite que la música viaje más allá de fronteras y culturas. Que la gente pueda escuchar a Deerhunter en España, Islandia o Taiwan, significa tanto para mí que, aunque la música sea accesible en todo el mundo, en cierto modo no se devalúa. Por otro lado, que mucha música se produzca en busca de un impacto inmediato y sin ninguna consideración al impacto a largo plazo…eso sí que es barato.
Cuando empezasteis con Deerhunter hacia 2001 se vivía el final de la era dorada de la industria de la música grabada. Todo ha cambiado muchísimo. ¿Cómo veis el panorama a vuestro alrededor?
Por suerte estoy en un sello, 4AD, que nos apoya mucho y es, en gran medida, una discográfica de artistas. Así que no me molestan muchas de estas cosas. A menudo estoy yo más interesado en cómo están yendo las ventas que ellos. Les pregunto cómo se está vendiendo el disco y me responden: “Pues no lo sabemos” (risas). Es un sitio muy bueno en el que estar, porque no sientes demasiada presión. En cambio, en otros sellos más grandes es muy difícil para el grupo, porque tienen todas estas métricas que lo miden todo. No quiero ni imaginar lo difícil que tiene que ser para una banda empezar ahora.
Hablando de métricas, las redes sociales son cada vez más controvertidas a todos los niveles. ¿Crees que son parte de esta confusión o descontento generalizado que tenemos, y por extensión, del declive cultural al que aludes?
Creo que son muy narcisistas, que promueven el egoísmo y las ambiciones. No me interesan mucho, la verdad. Puedo disfrutar de sus posibilidades, pero no creo que esas posibilidades se concreten demasiado. Lo que veo es mucha promoción, se trata siempre de promocionar algo. Puedes pensar en el correo postal como una especie de red social primitiva: en su momento, los dadaístas o los surrealistas empezaron a mandarse cartas, pero sin ningún significado, sin promocionar nada, sin una motivación clara. Sin embargo, no veo nada en las redes sociales que me deje boquiabierto. Lo único que me gusta son los vídeos de perros y animales.
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