Cuando aquí llegó el reggaetón, fue ya en una versión degradada, pero en origen se trataba de una música que tiene bastantes rasgos coincidentes con el favela funk brasileño y los nuevos estilos que empiezan a abrirse paso desde África como el kuduro: son estilos populares, desarrollados por artistas con medios precarios y mucha imaginación desde ciudades en la periferia del mundo global que a la vez rechazan y reciclan sus propias tradiciones musicales para dar forma a una nueva corriente musical y a un lenguaje cifrado que en la mayoría de casos sólo tiene sentido a nivel local.
"No nos da miedo que nos consideren como los embajadores del kuduro en el mundo" |
Hay algo ahí que recuerda mucho al nacimiento del hip hop, algo que remite a la democratización de la música y a la voluntad de apropiarse de ella sin necesidad de pasar por el conservatorio o dar clases de guitarra. “El kuduro rompe con la imagen que los occidentales tenemos de África, como un continente al que ir de safari y poco desarrollado culturalmente”. Joao Barbosa, Lil’John en el esquema de los portugueses Buraka Som Sistema, al habla al otro lado de la línea telefónica. El resto del combo lo componen Riot y Conductor, junto a Kalaf. “En África hay ciudades más grandes que Madrid y que no tienen nada que envidiarle, donde hay más coches, hay Internet. El kuduro nunca ha sido una música tradicional, en realidad es una reacción a la música tradicional africana, algo hecho por chavales en sus dormitorios con sus ordenadores. Les encanta el house y el techno y el kuduro es su manera de conectar esos estilos con su visión ancestral de la música, una tradición muy distinta a la occidental”. El kuduro es otra más de las influencias (el hip hop y el drum’n’bass son los siguientes que citan) de la música de Buraka Som Sistema, la más exótica y menos común, así que Joao se ha acostumbrado al papel que se le ha concedido al grupo como portavoz del género en el mundo, una condición amplificada por la edición de su primer álbum, “Black Diamond”, una bomba de baile global que sigue la senda abierta por productores como Timbaland, Diplo y Switch y traslada de lleno la acción a las grandes urbes de Angola. “No nos da miedo que nos consideren como los embajadores del kuduro en el mundo, en cualquier caso nosotros no hacemos kuduro puro, es sólo otra influencia más; lo que sí esperamos es que escuchar nuestro disco anime a la gente a buscar en Internet y que descubran a otros artistas”. El que más a mano está es DJ Znobia, que colabora en unos cuantos cortes del álbum. “Para nosotros era muy importante que estuviera en el disco, así como reflejar la impresión que nos causó nuestro primer viaje a Angola, por esa razón empezamos con ‘Luanda/Lisboa’ y ‘Sound Of Kuduro’”. “Es algo cíclico”, explica Joao cuando le preguntas por la fascinación que se siente desde diferentes frentes musicales por el continente africano en estos momentos. “Llega un momento en que nos cansamos de escuchar las mismas fórmulas una y otra vez. Estamos en un momento muy interesante para la música en el que muchos artistas miran en diferentes direcciones en busca de algo que les haga sonar innovadores”. Esa innovación ha llegado desde los puntos más insospechados en forma de una visión fresca y tocada por el localismo de la música de baile, que poco a poco a ayudado a animar la escena con nuevos patrones y acercamientos. Aunque en Buraka Som Sistema existe algo más que ritmo. “Sí, hay un mensaje político implícito en Buraka Som Sistema. El simple hecho de ser un grupo de Lisboa haciendo música influenciada por el sonido africano es ya de por sí una postura política y también lo es el título del disco. Hay un mensaje allí, que hay que ser muy estúpido para darle la espalda a todo un continente y pensar que no suceden cosas interesantes en África”. Quizás ese mensaje esté presente en toda esa nueva música de baile con la que los ghettos del mundo han entrado en las pistas de occidente, algo que habla de otro tipo de globalización que nada tiene que ver con lo que decida o no el Banco Mundial y sí con la lenta democratización del arte y la desaparición de las limitaciones físicas para la música gracias a Internet. El mundo es un polvorín, sí, y da igual desde donde prenda la mecha.
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