El camino que media entre un debut sin mayor despliegue promocional y la realidad de convertirse en poco menos que fenómeno sociológico es el que han recorrido los integrantes de Manel en los dos años y medio que han pasado desde la publicación de “Els millors professors europeus” hasta el lanzamiento de “10 milles per veure una bona armadura”, álbum del que se despacharon miles de copias en su primer día a la venta.
Un crecimiento exponencial en términos de público y repercusión, incluyendo episodios que no hicieron sino reforzar su estatus como banda de referencia del nuevo pop catalán: ahí está, sin ir más lejos, el concierto del 18 de enero de 2010 en el Palau de la Música de Barcelona, con una interpretación coral de “Corrandes de la parella estable” que acabó convirtiéndose en homenaje a Pep Guardiola, para quienes los fans del grupo pidieron la renovación y que concluyó con un “Visca els Manel y visca el Barça”. Una anécdota, sí, pero bien representativa del estatus alcanzado por la banda de Arnau Vallvé (batería), Martí Maymó (bajo), Roger Padilla (guitarra) y Guillem Gisbert (voz y ukelele). Y todo ello sin apenas pisar un escenario fuera de Catalunya, estableciéndose una especie de muro artificial que tiene tan poco sentido como si el hecho de cantar en inglés hubiese cerrado las puertas a The Divine Comedy.
Hablamos de pop, nada más. “Evidentemente hay discos que se descubren con paciencia y que cuestan, pero aún así el pop tiene un punto de inmediatez que es importante. Evidentemente, si no entiendes la lengua que se está utilizando y son canciones largas como las nuestras, esto puede ser una barrera”, comenta Guillem Gisbert. En todo caso, estamos ante un lenguaje universal por naturaleza, el de las emociones (y basta un tema tan mágico como “Aniversari” para comprobarlo). “Puedo entender que es así, pero no acabo de saber cómo le puede llegar el catalán a alguien de Madrid, no sé si le cuesta mucho comprenderlo o no, aunque sí hay lexemas que se parecen. En ese sentido, alguien de Alcalá de Henares que lo escuche con un poco de calma puede llegar a entenderlo. Necesitará un punto más de atención, eso sí, que con un disco de Sr. Chinarro. También es cierto que en la música es importante el factor descubrimiento, que a la larga provoca mucho placer. Es como cuando te pones con un libro que es complicado al principio y ya vas por la página ciento setenta: te das cuenta que eres un tío afortunado porque estás avanzando en algo que te ha costado un poco, pero que merece la pena y necesita un esfuerzo”. Todo esto venía a cuento de la última frase en la crítica del segundo disco de Manel (“ojalá el cantar en su lengua no les cierre unas puertas que deberían abrírseles de par en par si lo único que importase en este mundo fuesen las buenas canciones”, decía Joan S. Luna, redactor jefe de esta publicación) y del posterior debate en el blog de Luis J. Menéndez, responsable de MondoSonoro en Madrid, preguntándose si “no sería lógico o cuanto menos posible que quien se enfrente al juicio del disco también se salte el prejuicio lingüístico”. El resultado no es otro que este: una entrevista que en buena lógica se podría haber hecho en Barcelona (por cuestiones meramente prácticas, entre otras cosas) terminó en comunicación telefónica desde Madrid, por aquello de dejar claro que sí, que Manel pueden gustar (y mucho) más allá de Catalunya, ya sea en Madrid, Asturias, Galicia o Extremadura.
Salvado el preámbulo, vayamos a lo que de verdad interesa: “10 milles per veure una bona armadura”, un álbum con el que Gisbert y compañía confirman su puesto de privilegio en el folk-pop reciente, con unas canciones, como “El Miquel i l’Olga tornen” o “Deixa-la, Toni, deixa-la”, que retoman el costumbrismo que ya conocíamos. “No es nada que nos planteemos. Hay una canción de Low, ‘Death Of A Salesman’, que dice algo así como que tenía una guitarra y encontraba algunos acordes y algunas palabras que pudiese cantar sin vergüenza (“So I took my guitar/And I threw down some chords/And some words I could sing without shame”). Es un poco eso, cuando empezamos a hacer canciones y todavía hoy en día: explicar cosas de las que nos apetece hablar y hacerlo sin pudor; nos sale de esta manera. No se trata de imágenes muy literales, sino un cierto universo lírico, otra manera de explicar cosas. No como Dylan, claro, pero sí que uno va recorriendo un caminito en el que se encuentra cómodo”. A esto cabe sumar el aire de cuento que envuelve otros temas, como si estuviésemos por momentos ante un disco de caballeros y princesas. “En realidad hay alguna canción concreta en ese sentido. ‘Aniversari’ encaja muy bien en esta estética. Es un cuento romántico raro, un sueño. ‘Flor groga’ utiliza también ese imaginario, e incluso ‘El Miquel i l’Olga tornen’ conecta con esa idea, hablando de nobles consejeros y cosas así. Pero siempre es una fantasía muy de andar por casa, contando algo de una forma muy llana y sobre todo con un estilo narrativo en el que no hay saltos metafóricos a lo bestia, sino pasito a pasito. Por ejemplo, Antònia Font sí utilizan un universo muy potente y a base de imágenes que a veces no entiendes pero que te fascinan. Pero eso lo pueden hacer ellos y pocos más”. Llegamos así al papel de la banda mallorquina como punta de lanza de un movimiento que ha encontrado en Manel un indiscutible referente. “Antònia Font dieron una especie de pistoletazo de salida en el tema de la canción catalana, y esto lo digo a nivel de experiencia personal, no como análisis sociológico. Con dieciséis diecisiete años escuchaba poca música hecha en catalán. A lo mejor estaba más pendiente de Nacho Vegas, Los Planetas, Fernando Alfaro o Sr. Chinarro. Y con Antònia Font fue como decir: ‘¡Hostia, qué buenos son estos tíos de Mallorca!’. Pero mi generación también había escuchado en parte el rock de los noventa, y de hecho me sé algunas de esas canciones de memoria; allí había una base que ha sido importante para lo que está pasando ahora. Lo que ocurre es que por los vaivenes de las modas la mayor parte de esos discos han quedado más olvidados y Antònia Font han tenido más peso. Y que son muy buenos, claro”. El siguiente escalón es el de la influencia anglosajona, esa que lleva a asociar el nombre de Manel con Sufjan Stevens o Herman Dune. “De Sufjan Stevens escuché ‘Illinoise’, hace años, y nunca me arrebató del todo. Suena muy bien, pero me parece un poco frío, aunque a nivel de instrumentación y arreglos es acojonante. Con Beirut me pasa un poco lo mismo. A Herman Dune en cambio sí los he escuchado mucho más, sobre todo ‘Giant’”.
Retomando “10 milles per veure una bona armadura”, y comparado con su debut, este trabajo se presenta más serio, con mayor protagonismo de la voz principal (la del propio Guillem Gisbert) y con una carga narrativa que deja los estribillos casi en segundo plano (con alguna excepción notable, caso de “Boomerang”). “Los tonos son más graves, con canciones más largas, y eso ya produce una sensación de que son menos inmediatas y no tan festivas. Es difícil que pase como en el primer disco, que teníamos concierto en algún pueblo y te encontrabas a chavales tocando nuestros temas con la guitarra. Había un componente popular importante y en cambio eso ahora es más complicado, aunque seguimos con la misma idea de escribir canciones entretenidas que merezca la pena escuchar: no nos sentamos en una mesa y nos ponemos a decidir las directrices que vamos a seguir. No lo pensamos demasiado, ni trabajamos con una estética concreta o de forma conceptual, sino que vamos canción a canción”.
me aburroooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Pues yo no me aburro. Gran banda. Burrooooooooooooooooooooo