Artistas como Héloïse Letissier, nombre real de quien se oculta tras el alias creativo de Christine And The Queens, o también – desde su anterior álbum – Redcar (de hecho, es este el nombre que aparece en su pantalla de zoom cuando empezamos a hablar), siguen empeñados en hacer del pop un arte de primera magnitud artística, pese al riesgo que comporta. El músico francés defiende con vehemencia e intensidad un trabajo sumamente ambicioso, gestado con la sombra de la muerte de su madre y con las colaboraciones de Madonna (en tres canciones) y 070 Shake (en dos). “En realidad, este se escribió antes que "Redcar les adorables étoiles" (prologue) (2022)”, me aclara, Y cuando le pregunto si no tenía miedo a que su público potencial pueda no asimilar un trabajo tan complejo, su respuesta es rotunda: “No quiero tenerle miedo a nada cuando hago música, ¿por qué iba a tenerlo? Es mi expresión, mi verdad, mi salvación, ahora más incluso que antes: mi momento favorito es cuando recibo esa música como un barco que viene a salvarme, incluso aunque pueda ser exigente con el oyente”, asume. “Sé que este disco es largo, complejo, intenso, pero fue una experiencia tan maravillosa que no podía ponerla en peligro por miedo a nada, ni por un segundo. Es el mejor viaje musical que he tenido. ¿Cómo voy a tener miedo de hacer una música que me estaba salvando el culo? No puedo anticipar la reacción de la gente, y por eso no hago las cosas para complacerla. Es como una relación de amor: no puedes decirle a alguien que quieres que te quiera, eso no es hacerle ver cómo eres en realidad”, argumenta.
Curiosamente, las influencias que han moldeado el sonido reptante, sensual y un pelín oscuro del disco no son precisamente de músicos emergentes. Todo esto sale a la luz cuando le pregunto si la música es para ella una forma de expresar sensaciones a las que las palabras no hacen justicia. “Amo el lenguaje, pero tiene un límite, y la música tiene la riqueza de las frecuencias de los sonidos, escapa a todo eso porque es muy etérea: una canción puede afectar a tu cuerpo ya solo por su frecuencia”, me comenta, y menciona “el trip hop, la música de Massive Attack y Portishead, también la de Björk, a quien escuché mucho cuando era más joven, o el electro de The Knife y Fever Ray”, como algunos de los nutrientes que han alimentado el molde sonoro de este cuarto álbum. Considera que la música de todos ellos tiene una cualidad “multidimensional, capaz de transmutarlo todo”, y que es, a la vez, “puerta a mi espiritualidad porque no tiene límites: cada vez que intentas limitarla, se hace más grande, siempre te depara nuevas sensaciones”.
En este punto surge el papel de Mike Dean, productor que ha trabajado con The Weeknd, Kanye West o Beyoncé, y cuyo rol en el disco enciende cierta controversia en nuestra conversación: yo le pregunto por él en cualidad de productor (error de matiz mío: figura solo como coproductor, aunque también se le describe en la nota de prensa – en términos más generales, sin circunscribirlo a este disco – como un “súperproductor”), y él se siente herido ante lo que considera una suposición y no una simple imprecisión terminológica. Me lo explica: “Mike Dean me escribió en diciembre de 2021 para decirme que deberíamos trabajar juntos, y fue emocionante: pensé que era alguien que podía proteger mi sonido, en primer lugar, y ayudarme a llevarlo a una nueva altura, porque ambos estábamos obsesionados con grupos como Portishead y esas baterías distorsionadas, pero trabajé yo solo mucho antes en la producción de las canciones, en sesiones que empezaban a las ocho de la mañana”, aclara. En esencia, tampoco creo que sea tan crucial determinar cuál es el reparto milimétrico de funciones cuando nos enfrentamos a un disco de sonido tan reconocible y particular. Pero también entiendo al artista que se ha dejado la piel en él.
Destaca sobremanera la colaboración de Madonna en tres cortes en los que comparece mediante sendos spoken words. Fue fluido. Incluso fácil, parece: “Estaba escribiendo el personaje de One Big Eye, que figura en la canción “Angels Crying In My Bed”, mientras escuchábamos un poema en youtube que sonaba como Madonna, y pensé que sería lo mejor, ofrecerle a ella esa parte, porque puede ser la mejor actriz en ese rol”, cuenta sobre su génesis. “Supongo que fue como una carta de amor hacia ella, como un ser mutlidimensional, como una voz que permea en los oídos de todos, el primer ángel con el que hablé, y me respondió muy rápido; en unas horas me entregó una interpretación perfecta”, detalla. A punto de pisar Barcelona con ocasión del Primavera Sound, reconoce que le gustaría venir a España con más frecuencia: “No he actuado en España lo suficiente, y debería hacerlo más, porque me intriga vuestra energía: cada vez es diferente, es un público muy generoso. A otros públicos tienes que animarlos más, lo cual también forma parte de la conversación. Pero en España te abren el corazón muy rápido”.
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