Ahora, sin miedo a nada, vuelve al ruido y la experimentación con un disco diametralmente opuesto a “Tu labio superior” y a “La joven Dolores”. Relajada y feliz, Christina Rosenvinge reescribe su propia historia. Ahora lo presentará en concierto en Zaragoza (30 octubre, Las Armas), Barcelona (31 octubre, Music Hall), Madrid (10 diciembre, Joy Eslava) y Murcia (19 diciembre, Auditorio Víctor Villegas).
Para empezar y a modo de introducción me gustaría saber en qué has estado trabajando últimamente al margen de la gira y del disco.
Justo ayer estuve en el Cosmopoética dando una charla sobre las letras en el pop. Fue interesante.
¿Crees que se infravalora a los músicos como escritores? Muchos de ellos también escriben libros.
Para mí cuando una letra puede sobrevivir escrita sin música es una forma más de literatura. Se puede considerar un hermano menor, pero no lo es. De hecho, la gente que escribe letras de canciones… detrás hay un entrenamiento.
Cambiando de tema, imagino que tras el verano, época de festivales, te preparas para gira de salas.
No he tocado en muchos festivales, únicamente en Primavera Sound, en Nocturama y en el Vida. Bueno, en el Vida fue solamente en la presentación. Pero estoy contenta porque nos está yendo muy bien. En Sudamérica los conciertos han funcionado de maravilla, sobre todo en Chile y Perú. La banda que llevo es muy sólida. Esta vez hemos trabajado mucho en el local de ensayo y arreglado las canciones de arriba abajo. Quería que hubiese más ruido en directo. Llevaba un tiempo ofreciendo actuaciones más delicadas, en un formato semiacústico, y esto es distinto.
¿Te sientes cómoda con el cambio? Aunque la verdad es que en tu etapa neoyorquina ya experimentaste con el ruido.
Ha sido fácil adaptarse de nuevo. Es el contraste, la aventura de llevar las canciones a la intensidad que buscamos. Todo ello se entiende a partir de su solidez. Tocar así tiene una parte animal muy adictiva. Controlas el ochenta por ciento, pero hay un veinte por ciento que se te escapa, es algo imprevisible.
"Los viejos fans me pedían que volviera a un lenguaje más rock, que dejara esas canciones más susurrantes, así que he buscado jugar con los extremos".
¿Y no tenías cierto miedo o respeto ante el cambio? A mí me sucede. Me dan miedo los cambios, y a veces me presto a ello por las circunstancias. Después estoy contento.
No exactamente miedo. En realidad, no lo veo tanto como cambios, sino que son pequeñas mutaciones en torno a lo mismo. Se trata de expandir, si no te aburrirías. Jugar con eso es lo natural.
En “Lo nuestro” hay letras como “La muy puta” o “Balada obscena” que sorprenden por su tono.
Para “Lo nuestro”, lo primero que creí es que no era fundamental que las letras se entendieran tan bien, sobre todo para el directo. Apelan a los instintos más básicos, son canciones de supervivencia que sacan de nosotros el lado más salvaje, un instinto que todos tenemos en nuestro interior.
Yo reconozco que me encantaba la vena más íntima de tu música. Considero “La joven Dolores” un disco precioso, y en su conjunto me fascinan las letras. Son muy confesionales. ¿Cómo se ha interpretado el cambio? Nunca es fácil contentar a todo el mundo.
Las cosas nunca son o blanco o negro, el ser humano es complejo. Para los músicos su espejo son los que están abajo, es como un diálogo. El público nunca está inactivo.
Has iniciado un nuevo ciclo con El Segell. ¿Cómo te influye eso a la hora de enfocar tu música?
Cuando grabo siempre hago lo que quiero. A veces los sellos te pueden condicionar en detalles como la promoción, pero nunca en la composición. Ahora hay un desconcierto absoluto en el formato, cómo hacer llegar a la gente todo esto. Con la irrupción del mundo digital, los músicos tenemos las de perder. Warner tuvo una postura rara, aportaban poco más que la distribución. Para un músico es complicado montar el tenderete, porque en el fondo formamos parte de un sistema. Hay que encontrar equipo, un soporte para difundir tu música… es una cuestión de gestión cultural. En El Segell me siento cómoda. Vienen del Primavera Sound, el festival en el que he tocado más veces y con el que comparto filosofía. Y aplaudo que ahora hayan montado un sello. Es un acto romántico, porque la verdad es que no da dinero.
A veces es difícil saber qué es mejor. En una multinacional, si no eres objetivo prioritario, corres el riesgo de quedar arrinconado. De todos modos, hay buenos y malos profesionales tanto en las multinacionales como en los sellos independientes.
Volvemos a lo mismo (risas). Nada es blanco ni negro. La diferencia está en que en las casas más grandes hay que rendir cuentas antes los accionistas.
Repasando tu historial, he dado con la colaboración con Vetusta Morla en “Chicago”.
De eso hace mucho tiempo. ¡Cómo han cambiado las cosas! La suya es una historia preciosa, la de Cenicienta en la música pop. Durante años han comido mucha porquería, pero creyeron el ellos mismos, se autogestionaron, y mira ahora dónde están.
Cuesta mucho afianzarse o encontrar tu nicho de mercado. Si no estás dentro de la rueda de festivales es difícil sobrevivir.
Hace falta una estructura de directo autogestionada y sostenible para sujetar esto. Y dependemos de la venta de entradas. ¿Cómo lo puedes hacer para encontrar formatos que funcionen? Hay que tirar de ingenio, y de constancia. Lo más importante es tener una base de incondicionales, ellos lo sujetan todo.
Y no es fácil mantener siempre esa base.
Hay que crecer, y a veces arriesgar… Si eliges hacer algo contracorriente quizás no te vayan a entender, pero luego se adaptan. En Estados Unidos aprendí a hacerme dura. Me venía todo bien. Me daba igual el tipo de furgoneta o de habitación en el que íbamos a dormir cada noche.
Hablando de adaptación, ¿cómo crees se ha recibido “Lo nuestro”?
He recibido un buen feedback. Los viejos fans me pedían que volviera a un lenguaje más rock, que dejara esas canciones más susurrantes, así que he buscado jugar con los extremos.
Tengo una curiosidad, dada tu conexión con Sonic Youth, quería saber si has leído “La chica del grupo” de Kim Gordon, y si te has identificado.
No lo he leído entero, pero sí capítulos sueltos. Creo que define muy bien lo que supone ser chica en un grupo formado por hombres. Es fascinante cómo analiza la posición de la mujer. No sé si un hombre estaría tan abierto a explicarlo de esa manera. Es tan increíblemente impudorosa, para ella fue terapéutico. La verdad es que no tiene precio leer esto en primera persona. Entiendo su dolor, de repente se acaba todo, tu banda y te divorcias.
A mí me encanta el primer capítulo, la forma en la que explica su último concierto con Sonic Youth, sus sensaciones… No esconde el dolor que siente, ni la rabia. Me recuerda a “Open” de Andre Agassi, quien también empieza el libro narrando su último partido de tenis.
¿El libro de Agassi? Mucha gente me ha dicho que es magnífico. En cuanto al prólogo de Kim es magistral, dice cosas que considero que son ciertas. Se cuestiona hasta qué punto estás implicado o no en un proyecto o hasta qué punto eres o no una figura decorativa. Por eso cuesta tanto encontrar a gente como tú. Hemos hablado muchas veces de nuestro tema favorito: la capacidad de un hombre de identificarse con las palabras de una mujer.
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