Se trataba de un disco absolutamente atípico, que combinaba la lírica transgresora y maldita del escritor madrileño con un híbrido sonoro de difícil catalogación, a través de treinta adaptaciones de sus poemas. Veinte años después de su publicación, se reedita con cuatro cortes nuevos, creados expresamente para la ocasión. Hablo con Carlos Ann acerca de todo esto.
Se describe en la hoja de prensa como un proyecto suicida de cuatro kamikazes en homenaje a un poeta maldito. ¿Ahora también lo sería, en una época en la que apenas se venden discos?
Creo que sí. Más ahora, en que parece que está en entredicho todo lo que haga el artista. Panero escribía sin ningún tipo de tapujos. Tocaba temas súper incómodos, y le daba absolutamente igual. Desde el incesto a la necrofilia… Creo que los artistas nos hemos puesto ahora, en cierta manera, una autocensura, y quizás desde ese punto de vista es válido. Evidentemente, hay temas que con el tiempo pueden haber perdido esa provocación, pero otros se mantienen.
Es también un disco difícil de catalogar, sobre todo para su época. ¿Había algún referente?
Sí, y creo que lo continúa siendo. No había unas referencias establecidas. Se buscaba la experimentación sónica. Y más que ir encaminado a un lugar concreto, lo que tenía sentido es que cada poema fuera arropado de una manera que lo ayudara mucho. La experimentación estaba muy al servicio del poema. En ningún momento nos pusimos referencias.
¿Cuál había sido tu entrada al universo de Panero antes de trabajar en el disco?
Pues era bastante jovenzuelo. Cuando tenía trece o catorce años me gustaba mucho Rimbaud y todo el malditismo francés, y eso te conduce, de una manera o de otra, a que alguien te diga “Oye, ¿conoces de la obra de Panero, no?”. Y lo que me seducía de él era que todo su discurso era muy próximo. Me atrajo desde muy joven.
"No te sé decir si ahora goza de más reconocimiento o no, porque la obra de Panero va como fluctuando"
Esta reedición añade cuatro temas extra al disco original: "La poesía destruye al hombre", con Bunbury, "El tesoro de Sierra Madre", con Bruno Galindo, "El noi del sucre", con tu voz, y "El hombre que solo comía zanahorias", con José María Ponce.
Era importante no hacer una reedición por hacerla. Cuando se hace una reedición, lo que ocurre generalmente es que, como mucho, se masteriza de nuevo, se hace un vinilo… Pero yo pensé “¿Por qué no volvemos a interpretar cada uno de nosotros un poema o varios de Panero?”. Así que hice lo mismo que en 2004. Me encargué de la música, les pregunté a cada uno de ellos qué poema o qué versos querían hacer, y el reto más difícil era que tuviera que ver con lo que hicimos en 2004, pero desde la perspectiva de 2024. Que no se viera que han pasado veinte años y esto se ha hecho un poquito por la cara, ¿no? Y volver a entrar en la obra de Panero ha sido un viaje… como abrir la caja de Pandora. Pero creo que se ha conseguido, con el esfuerzo de cada uno de nosotros. Es algo digno.
Lo más complicado sería la colaboración de José María Ponce, a quien le habíais perdido la pista, y al final resulta que lo tenías cerca, viviendo en Barcelona.
Lo busqué por medio mundo, y cuando ya había desistido me dijeron “No, no, si está en Barcelona”. Estaba viviendo en casa de un colega. Lo localicé. Lo que ocurre es que tenía cataratas y no podía leer los poemas de Panero. Hicimos una preselección, quedamos en el estudio, le leí todos los poemas, y lo que tuvimos que hacer es que yo iba frase a frase, las grabábamos después y él las iba recitando. Lamentablemente, no pudo escuchar el resultado final [falleció en marzo de 2024]. Lo de Bruno [Galindo] se grabó en Madrid y lo de Enrique [Bunbury] lo grabé en Barcelona, a distancia, haciendo como ping pong, con lo que él me enviaba desde Los Ángeles. Ha sido complicado por el tema geográfico.
¿Cómo acogió el disco en su momento Leopoldo María Panero cuando viajasteis para visitarlo en Canarias?
Pues se sintió súper contento y halagado, y cabe recordar que, en esa época, Panero, de una manera brutal, estaba bastante capado. Cuando nosotros hicimos el disco, se abrió otra vez el mundo paneriano. Llevaba unos años recluido en el psiquiátrico. Antes de ir a verlo le llamé por teléfono varias veces. Hubo una comunicación súper telepática, acojonante, y cuando quedamos él estuvo como un niño. Estuvimos unos días, fuimos a comer con él, bebió todo lo que quiso y más, Coca-Colas… Pasamos unos días fantásticos con él.
Decías antes que el artista ahora se autocensura más, pero quizá la obra de Panero también está hoy en día más aceptada por la sociedad. Puede que se le haya reivindicado más en los últimos tiempos, aunque pueda parecer paradójico.
No lo sé, porque ante temas tan incómodos sigue habiendo un silencio sepulcral. Pero tampoco estamos nosotros aquí para rescatar ni promover su obra: estamos porque hicimos un trabajo hace veinte años que creemos que es como muy chulo, muy digno, y qué mejor forma de celebrarlo, veinte años después, que con cuatro canciones nuevas. Pero no te sé decir si ahora goza de más reconocimiento o no, porque la obra de Panero va como fluctuando. Hay momentos en los que, de repente, a todo el mundo le gusta, y de repente ya no. Pasa como con la obra de Lautréamont, que tiene sus repuntes y de repente luego es como que nadie lo conoce.
¿Puede que haya también algo de postureo en todo esto, como suele ocurrir con los artistas que tienen esa aura de malditismo?
Bueno, el postureo está en todos lados [risas]. Ya sabemos cómo va esto. Pero no lo sé, no me atrevería tampoco a decir. Sí que estamos en un momento poético: la poesía está en las calles, mucha gente está escribiendo y, en momentos como este, se abre todo el espectro de todos los poetas que son interesantes.
¿Habrá algún directo?
No creo que hagamos nada. Lo presentamos en 2005, con un concierto muy chulo que se grabó en DVD, y creo que con eso está cerrado. Cada uno de nosotros, por nuestra trayectoria, estamos en otras cosas. Esto fue algo muy especial y muy específico en nuestras carreras.
¿Podrías definir el legado de Panero en una sola frase?
Contracultura.
Vaya no te ha hecho falta ni la frase, con una palabra basta.
Sí (risas).
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