“En nuestras canciones siempre buscamos que haya algo de esperanza”
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“En nuestras canciones siempre buscamos que haya algo de esperanza”

Joan Sánchez — 14-11-2024
Fotografía — Archivo

Cuando alguien habla con tanta pasión de lo que hace, no queda otra que sentarse y escuchar. Charlar con Benito, Omar y Luislo, Çantamarta, fue el claro ejemplo. El trío de músicos estrenó el pasado octubre “Pasarela” (Rimas Entertainment, 24), su primer álbum.

Con “Pasarela” ya casi en el mercado, los chicos de Çantamarta tenían los ojos puestos en su directo del 18 de octubre en La Sala del WiZink, un show para el que tenían “una propuesta afianzada”, pero que creen en constante evolución. Un espectáculo para todos los públicos, reclama Luislo. “Que Çantamarta se lo pueda escuchar el rapero más urbano, pero también unos señores a quienes les gusta la salsa”. Tras este concierto, saltarán a Latinoamérica para, en “primavera del 25 o un poquito antes”, girar por España —unas fechas que aún no han anunciado—.

Çantamarta se consideran “muy románticos del álbum”, razón de peso para haber tardado cinco años en sacar su primer largo. “Siempre hablamos del disco como de una muy buena oportunidad para conocer al artista. También entendiendo que el concepto de Çantamarta abraza mucho la tradición”, explica Luislo. Forma parte de esta filosofía el trabajo lento, reposado y bien hilado. Tras más de “veinte o treinta” descartes, aseguran que “Pasarela” –la canción– marcó “el camino del disco” y que, por eso, es la primera canción y la que da nombre al álbum. A su vez, cobra sentido el concepto “a nivel narrativo”. “Por ejemplo, una pasarela es un puente que une un punto de la carretera con otro, es un puente de unión. [...] Además, ‘Pasarela’ tiene un soporte muy luminoso, pero luego te paras a escuchar la letra y es mucho más amarga. Y eso representa muy bien la tónica del álbum en general”, desarrollan Omar y Benito.

"Producir un tema es lo mismo a preparar un hervido: si te pasas de condimento, va a saber a condimento”

Es fantástico escucharles porque, a pesar de conectarse a la reunión de Zoom desde lugares diferentes, la química entre los tres es tal que casi no se pisan al hablar. Lo mismo sucede cuando componen sus canciones. “Nos vamos pasando mucho la pelota. Pero casi todo lo hacemos muy juntos, funcionamos mejor así”. Y es de ahí de dónde nace el rasgo que caracteriza a la banda: la facilidad y el gusto por las mezclas de estilos. “Cada uno echa sus influencias y a veces se crea un Frankestein que en principio no tiene ni pies ni cabeza, pero ahí está y camina”, explica Omar entre risas. Sin embargo, destacan “un respeto máximo por la base, la raíz” de los géneros para conseguir buenos resultados: buscan siempre mezclar bien los estilos y “empaparse de ellos” para que “suene a Çantamarta” y no quede como “un collage mal hecho”. En este proceso, también agradecen las colaboraciones con otros artistas. “Es muy importante contar con gente que de verdad ha mamado esos géneros”.

A lo largo del disco hay varios conceptos que cuentan con un protagonismo destacado. Es el caso del ser migrante, que se encuentra con “la figura del artista”. “Las grandes ideas se gestan en las noches, pero, quienes hemos tenido que migrar tenemos que aceptar muchas veces curros que no solamente están mal pagados, sino que se dan en horarios que son unas palizas enormes”, lamenta Luislo. Y es en esta importancia conceptual que la melodía juega un papel muy relevante. “Siempre nos ha gustado hacer canciones con ritmos bailables, pero letras muy reflexivas. Muchas de estas, si las lees sin música, resultan tristes”. El venezolano pone como ejemplo “Michaló”, pues asegura que en Latinoamérica “era muy común enamorarte de alguien que pronto se te iba a ir del país”. Luislo lo vivió, pero también su madre, sus amigos… “Y esa profunda tristeza la hemos podido traducir en un tema muy bailable y que transmite cierta esperanza. En nuestras canciones siempre buscamos que haya algo de esperanza”, sentencia.

Además de las migraciones, la divinidad asoma sutil en “Pasarela”. “Quizás el tema de haber apostado por la raíz tiene mucho que ver con la espiritualidad. El disco es muy espiritual desde el primer momento”, cuenta el artista. En “Mayé”, por ejemplo, último tema del álbum, colaboran con la banda Ensamble B11, que “revisitan mucho el tambor venezolano, que es una herencia predominantemente afrovenezolana”. Y ese tambor esconde “mucha espiritualidad, pero no del todo cristiana. Es un poco más irreverente hasta cierto punto”.

En este cóctel exquisito, los ritmos suman ingredientes al ya complicado concepto del álbum, puesto que simulan “la energía de un show de Çantamarta”. La producción, por otro lado, les sirve de “soporte musical para contar la historia”. La cosa va de “no mezclar por mezclar. Porque, al final, producir un tema es lo mismo a preparar un hervido: si te pasas de condimento, va a saber a condimento”, sentencia Luislo.

Tras una hora de charla y dos llamadas de Zoom, concluimos la entrevista entre risas y esperanza. Algo como lo que sucede con las canciones de “Pasarela” y que da sentido al primer álbum de la prometedora trayectoria de una banda como Çantamarta.

 

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