Bendecida por un timbre vocal absolutamente arrebatador, por una capacidad literaria ejemplar, por un sorprendente e intuitivo conocimiento del género que maneja y por una envidiable valentía para afrontar sus propias miserias que debería provocar el sonrojo de los vendedores de humo que copan listas acá y acullá, Dayna Kurtz es, probablemente, el secreto mejor guardado del rock norteamericano reciente. Su primer disco, serio candidato a oro este año en el fuero interno del abajo firmante, merece loas por su inequívoca hondura, por su insobornable verismo, por su capacidad para trastocar cada nota en vivencia más allá del láser.
“ Siempre he escrito acerca de mi vida amorosa...¡Ahora, que estoy felizmente casada, a ver de qué voy a escribir! “ |
Ella, recién llegada a Madrid, a primeros de junio y acompañada por su afable marido como tour manager, parece tomarse las cosas con la misma naturalidad con la que escribe. “Este es mi primer disco de estudio en realidad. Antes había grabado maquetas y un disco en directo que contiene más o menos el mismo repertorio. Es mi primer trabajo y en él he podido pulir el material que tenía compuesto. En realidad no soy muy prolífica. Escribo muy pocas canciones a lo largo del año, seis como mucho. No soy como Neil Young ni mucho menos. Mi repertorio es bastante inmóvil y suelo repetirlo casi siempre. Escribo cuando lo necesito, no por el mero hecho de hacerlo, y procuro escoger los temas al milímetro”. Alta; quiero decir, muy alta, desgarbada, pálida y dueña de unos ojos que también cuentan mil historias, Dayna Kurtz es una veterana del circuito de clubes estadounidense. Una esforzada superviviente con el callo suficiente como para describir, sin colorín ni paños calientes, qué implica el dedicarse profesionalmente a la música desde la margen izquierda de una industria para la que, sencillamente, sólo hay vida a partir de las cifras de seis dígitos. “Cuando no estoy componiendo suelo tocar en garitos por todo Estados Unidos. Casi siempre estoy de gira. Es duro porque hay que pagar muchas cosas: seguridad social, impuestos... hay muchos gastos y casi todo es privado. Para ser músico en Estados Unidos y mantenerse hay que estar continuamente actuando. La mayoría de los discos los vendo en los conciertos. No hay plataformas para que este tipo de música salga en medios o suene en la radio. Allí no es algo demasiado comercial, así que estoy obligada a moverme constantemente”. Una necesidad material que contrasta con la urgencia vital que empapa cada segundo de “Postcards From Downtown”, un disco real, vivo, terapéutico, en el que nuestra protagonista se desnuda a cada instante, vertiendo instantáneas de una crudeza tan desoladora como bella. Un disco que, al ser producto de la necesidad, sólo puede encontrar un calificativo: necesario. “No me siento vulnerable al actuar. Al contrario, me siento conectada con el público, fortalecida. Después de un concierto todo son buenas vibraciones porque he podido compartir las cosas que me pasan con toda esa gente, aunque componer y actuar son dos cosas bien distintas para mí. A la hora de escribir las canciones sí me siento más desvalida, porque la búsqueda interior es enorme. Yo no puedo escribir en cualquier parte, o en el autobús de gira, como otros músicos. Necesito intimidad. A la hora de tocar todo es distinto. Es el momento de compartir y ahí cambian las cosas, ya no estoy pensando en ese amante que perdí hace seis años”. De eso –amantes perdidos, hombres equivocados, polvos furtivos y a deshora- nos habla Kurtz en sus canciones, aunque lo metafórico de “Miss Liberty”, una de las piezas más bellas del disco, invite a pensar en motivaciones de orden político. “Mucha gente me comenta que ´Miss Liberty´ es una canción de contenido político, cuando en realidad es un tema que habla de mí misma. En él intento reírme de mi escaso acierto a la hora de elegir a los hombres... pero mucha gente ha captado el sentido por la parte política... en realidad es una metáfora en la que me comparo con la Estatua de la Libertad. En ella hay una placa en la que reza ‘entregadme a los pobres, a los hambrientos, a la gente de mala vida, que yo les acogeré’... así más o menos me veía yo, porque siempre he acabado con hombres desgraciados en mi regazo y terminando mal con ellos”. Ahora, su recién estrenado estado civil puede hacer peligrar el combustible emocional que ha movido su inapelable carrera. Ella lo sabe -“Siempre he escrito acerca de mi vida amorosa. Acabo de casarme y la verdad es que esto me lleva a replantear la temática de mis canciones ¡Ahora, que estoy felizmente casada, a ver de qué voy a escribir!”- y nosotros también, pero sería mezquino exigir la prolongación de tanto sufrimiento después de todo lo que nos ha dado con este disco. Sé feliz, Dayna.
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