Quien los siguiera con
anterioridad no puede llamarse a engaño. Ya en “Enter” o “Station” había perlas como “Death Rides A Horse” o “Youngblood”, y ya en sus
directos daban muestras de inexistente flaqueza y poderío incontestable. Mike
Sullivan, Dave Turncrantz y Brian Cook son las tres personas responsables del
arrollador sonido de “Geneva”, un álbum
que ya desde el título y la portada emana una cierta (y más tarde matizada)
frialdad. “Elegimos el nombre del disco en parte por el lugar en el que
ensayamos y escribimos el mismo. Dave estaba en una casa al lado del lago
Geneva en la zona rural de Wisconsin, aunque también refleja nuestro interés en
el sentimiento de culpa de Oppenheimer tras la Segunda Guerra Mundial, siendo
el nombre una referencia tangencial al tratado de Ginebra. Por lo demás, no he
estado tanto en la Ginebra suiza como para saber si tiene mucho más en común
con Chicago que ser un espacio central del continente y lugar de paso y
encuentro de la zona”. Uno no
puede evitar darse cuenta de que la transmisión general del disco es la de la
voladura de un edificio; primero la explosión y luego la calma. Un orden por
tanto inverso al habitual en el exponencial número de discos de post-rock que
llenan la última década. “Queríamos que cada canción tuviera su identidad,
pero a la vez que el álbum tuviese cohesión. Llamar la atención de la gente
durante cuarenta y cinco minutos consiste en que la música sea interesante y
diferente, si continuásemos una línea en un disco, se haría aburrido. Esperamos
que el hecho de que la parte dura del disco esté volcada en la primera mitad no
desacredite a la segunda, en la que empleamos más tiempo, y es más difícil de tocar porque exige
más técnica y perdona menos errores. Además de la explosión que mencionas, el
asunto podría recordar de nuevo a Oppenheimer y la melancolía siguiendo a la
violencia”. Nos dicen que no hay
canciones extra de las sesiones del disco, que están en estos momentos
pergeñando la manera en que temas como “Fathom” o “Hexed All” serán llevados al
directo y que han pasado mucho tiempo -por primera vez- dando vueltas a la
post-producción para lograr lo que querían, un sonido al que le ha sentado de
maravilla la incorporación total de Brian Cook (ex Botch y These Armes Are
Snakes) y su bajo, que aquí suena de escándalo. “Ha sido básico su papel. El
bajo no suele ser un elemento central en el rock pero adquiere más importancia
en formato de trío instrumental. Aquí no se trata sólo de un refuerzo entre
guitarra y batería, también llena su espacio sónico”. La composición musical, que muchas veces pierde la batalla frente a la
interpretación o la transmisión momentánea de, por ejemplo, el directo,
recupera aquí su lugar primigenio y dominante. “Las matemáticas tienden a
ser rígidas, fijas, frías. A pesar de que estamos cerca de ellas en el tiempo y
la métrica, intentamos evitar las trampas de un estilo tipo Meshuggah en tempos
y polirritmos estrafalarios y todo ese rollo del math rock. Si ocurre con naturalidad, vale, pero no
queremos complicar las cosas deliberadamente”. Volvamos entonces para cerrar el círculo a eso que lleva usando el ser
humano para exorcizar tormentos y plasmar todo tipo de situaciones: el arte. “La
literatura de grandes autores puede haber sido una fuente de inspiración
inconsciente. Es cierto que el título de 'When The Mountain Comes To Muhammad' (que incorpora un sampleado de una de las primeras
pruebas de la bomba atómica) está tomado de un relato de Jorge Luis Borges.
Debe haber algo de la economía de Hemingway en nuestros movimientos graduales
hacia estructuras simplificadas… y supongo que se podrían establecer claros
paralelismos entre la exploración de la culpa, la moralidad y la ética de
Dostoievski y el tema antes mencionado de Oppenheimer y su papel en la caída de
la bomba”. Ahora andan inmersos en una
gira norteamericana pero, con suerte, podremos tenerlos en la vieja Europa
hacia primavera.
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