Quien creyera que Pau Guillamet se había alejado de su faceta de cantautor más austero estaba equivocado. Eso podría parecer a ojos del mundo tras “Fang”, pero no a ojos de Guillamino. “A nivel sonoro tal vez haya cierta distancia, pero las canciones están ahí igualmente, sólo que vestidas con hombreras en una particular relectura de mi época como adolescente, la que llevo marcada a fuego, la de la Barcelona pre-olímpica”. Tal vez el catalán con más ‘flow’, seguramente el músico barcelonés más camaleónico, el único capaz de mezclar la electrónica con la sardana (con permiso de Raph Dumas y viceversa) o preparar unas campanadas con el reacTable: para Guillamino no hay limitaciones, ni fronterizas ni conceptuales, ya que “Manzanita podía ser muy funkie si quería o Lionel Ritchie nada cuando no le apetecía”. Ahora vuelve a su terreno, el de los teclados de chicle y los sonidos de lata, todo con mucho ”Fang” (analogía de funk en catalán). “El ‘fangkie’ es toda aquella música que lleva incorporada una pulsación, un ‘feeling negroide’, con agresividad en el ritmo y coletillas vocales, expresamente bailable”. Sobre estas bases se asienta el octavo disco de Guillamino, un largo de sonidos fríos pero coloristas, sintéticos pero centelleantes, los que se pueden conseguir jugando en analógico, ya sea con un Casio cz-5000 o un Prophet: sus cachivaches fetiche. Y como su cabeza no para, ¿qué mejor que concluir en prospección para no perderle la pista? Si bien Guillamet me comenta que el futuro le pide “producir electrónica instrumental por un lado y soul puro por el otro”, también me avanza que el 2012 nos traerá “tapas y pinchos en ese sentido”. No nos engaña, ha anunciado que este año, cada día 12, nos presentará bocados de un nuevo álbum. ¿Cuál será el ‘leit motiv’? Con Guillamino, eso es pedir demasiado.
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