Nos parecemos a las piedras. Estamos hechos por capas. Nos pintamos por encima. Nos hacemos las duras. Pero el tiempo puede hasta con las más robustas. No solo nos asimilamos a ellas, también las adulamos: magnas, nos impresionan, y las hay que incluso nos hablan, nos explican quiénes fuimos, como los petroglifos.
Alejandro Guillán (Catoira, 1990), la mente tras Baiuca, es un devoto de las piedras. Él mismo ha ido quitando capas, puliendo e incluso leyendo lo que le contaban.
“Embruxo”, segundo largo tras “Solpor” (18) y tras multitud de colaboraciones de renombre (El Búho o Nicola Cruz), es un paso más en la universalización de los mitos y la identidad gallega. Es un paso más hacia el autoconocimiento. Porque cuando Guillán mira atrás, solo ve –una ilustración de su tierra decora su estudio en Barcelona– Galicia, pero cuando mira adelante, su electrónica no tiene límites.
En el pasado Cara B, la gente aprovechaba el trayecto para ir al lavabo para bailar. Bailar muñeiras.
Barcelona era un sitio con el que había una deuda, nos quedamos con las ganas de haber hecho la sala Apolo justo cuando empezó el confinamiento. Estos meses la gente tiene ganas de conciertos. Y luego, mi forma de hacer los bolos... Me gusta una sesión con una coherencia de principio a fin. Creo que eso se entiende bien.
"Mucha gente aprovechó estos meses de confinamiento para hacer música, pero yo creo que eso se nota".
Y tan bien.
Creo que hay algo también de que una parte de la música del norte está todavía por descubrir en gran parte de la península. Al final, siempre que se habla de músicas de España, se habla todo el rato de músicas del sur, del flamenco.
¿Habéis tenido que ir a Madrid o Barcelona a que se escuchen esas músicas?
No me gustaría que fuese así: tener que ir a Madrid o a Barcelona para triunfar. Yo me fui porque quería conocer una gran ciudad. Pero sí, es curioso que al final muchos de los proyectos gallegos que escuchas por ahí, sus músicos viven en Madrid o Barcelona. Esa es la realidad. Pero no me gustaría que fuera así: hoy en día con Internet, puedes estar en cualquier parte del mundo en nada…
Tú has estado conectadísimo con las músicas de Latinoamérica, por ejemplo.
A muchos productores latinoamericanos les mola mi música: no es igual a lo que ellos hacen. No sé, como que la música gallega en sí, la raíz, las voces que utilizo tienen una fuerza, una potencia, que las hacen diferentes.
¿Por qué en Madrid se te ocurre dar un giro hacia revisitar lo tradicional?
Ya me fui con esa idea a Madrid; toda la parte de buscar música en discos antiguos la había hecho en Galicia antes de irme. Me lo llevé en un disco duro, sin saber qué iba a pasar, y encontré el punto de conexión ya en Madrid. Fue cuando más conecté con la música de Nicola Cruz, de Chancha Vía Circuito... Ya entonces tenía un poco los sonidos con los que quería trabajar, pero no sabía cómo hacerlo hasta que vi cómo lo hacían ellos con su cultura. Y fue la inspiración esa de decir: “Vale, si esta gente lo hace allí, aquí también lo puedo hacer de esa misma manera”. Antes hacía algo más pop [Alex Casanova] y lo fui dejando de lado...
Y con “Solpor”, música de raíz, trasciendes más que con ese proyecto pop.
Hacer pop va un poco con tu personalidad y en que justo lo que estés contando coincida con lo que la gente quiera escuchar. O sea, eso es lo que te hace diferente a los demás dentro de una música mucho más universal en realidad y que se puede hacer en cualquier parte del mundo. Pero claro, lo que empecé a hacer con Baiuca era algo que no existía tal cual y que me hacía mucho más extraordinario.
Dar tu visión de las músicas de tu tierra.
Dar mi visión de la música tradicional, llevarla a otro punto: la tradición no se puede perder. Para mí lo que ha pasado en Galicia con lo que llaman folk, muy asentado desde los años setenta, cuando empiezan los pioneros, Milladoiro o así, es que claro, se había estancado. ¿Si aparecen grupos cincuenta años después haciendo lo mismo, no estás aportando nada, no?
Has dejado de samplear, ¿por qué?
Es el salto de calidad que quería dar. O sea, la diferencia entre “Solpor” y “Embruxo” es claramente esa. En “Solpor” la base era hacer un disco con samples, pero porque era lo único que podía hacer. Y quería: llevaba muchos años escuchando cosas como “Alegranza” (07) de El Guincho. Y después de eso, quería que este disco ya fuera para meternos en el estudio. Durante toda la vida estuve ligado a la música, desde muy pequeño. Recuerdo que mis abuelos, por un cumpleaños, me regalaron un acordeón que nunca llegué a tocar. Luego empecé a tocar la gaita y tocábamos en casa. Y cuando había una comida, pues acababas de comer y tocabas y yo tenía un grupo de gaitas, e íbamos a tocar a las romerías, empezó por ahí... O sea, llegó un momento en el que desconecté, cuando tenía catorce o quince años, pero antes me daba igual. Ahora quería entrar al estudio de nuevo, instrumentos. Un compañero de piso me decía que le flipaban las pandereteiras: “Eso era el futuro”. Y mira, lo era.
¿Cómo fue en el estudio?
Yo quería tener primero las percusiones, sin saber a lo que me iba a llevar eso, y luego de ahí aprovechar cosas. Sobre todo tener mis propios samples.
"Ayer me puse a escuchar un poco el disco, llevaba tiempo sin hacerlo y empecé a tener imágenes... Era realmente lo que quería crear".
¿Y Lilaina y Xose Lois Romero, cuando entraron en el proceso?
Fue bastante mágico conocer a Xose Lois. O sea, “Misturas” (19) es mi revisión de las canciones de Aliboria de un disco ya terminado, publicado. Me acuerdo que descubrí el disco en Spotify, acababa de salir. Y justo fui a casa de mi manager, y se lo enseñé y le flipó. Entonces yo ya estaba con la idea de empezar a llevar gente en directo. Se lo propuse a Xose Lois y él me habló de Alejandra y Andrea y ellas dos forman parte de Aliboria, pero Aliboria es un colectivo más grande; son diez personas. Y dentro estaban las Montero, tres hermanas y una prima: ellas en solitario son Lilaina. Entonces, como yo en “Misturas” trabajé con sus pistas, no trabajé con ellas ni con Xose Lois. Sabía que para este disco los quería a ellos.
No es lo mismo crear en Galicia que mirando este póster que tienes aquí atrás.
Por suerte voy mucho ahora a mi tierra, pero es verdad que el disco lo hice el año pasado y que no estuve allí. Mi idea era irme allí y hacerlo todo allí, encerrarme un tiempo. Y volví de México en febrero y ya sabía que en marzo tenía que empezar a hacer el disco. Era algo que estaba en mi cabeza, ya había hecho sesiones, ya tenía avanzados samples, o sea, ya habíamos estado en Galicia grabando cosas. Entonces llego a ese momento en el que yo decía “vale, pues ahora me voy a Galicia veinte días, un mes, lo que haga falta, me voy a alquilar una casita en el sitio más recóndito al lado del mar”. Esa era mi idea. Y ya me encerraron aquí y al final lo hice todo aquí. De hecho, hubo grabaciones que no pude ir a Galicia, sesiones en Oza dos Ríos que se hicieron conmigo aquí. Telemáticamente. El sonido que se grababa allí me llegaba a mí al momento y yo les daba las pautas desde aquí.
El director de orquesta del siglo XXI.
Sí. Fue curioso. O sea, tenía la maleta hecha para salir. Iba a salir por la puerta y me mandaron los resultados de una PCR, ¡y mierda!
La pandemia...
Mucha gente aprovechó estos meses de confinamiento para hacer música, pero yo creo que eso se nota. Este no es un disco de pandemia. Yo sabía en marzo que tenía que hacer el disco y no iba a tener relación con el estado actual. O sea, tú escuchas esto dentro de cinco años y no piensas en la pandemia. Va de misticismo gallego. La cultura espiritual gallega en relación con la muerte, con la naturaleza... Me ayudó basarme en canciones tradicionales que hay en el archivo que tiene el Museo do Pobo Galego, el archivo “Cancioneiro popular galego: Romances tradicionais” (Dorothé Schubarth, 84). Por las mañanas, me venía aquí [la misma terraza del piso de Barcelona donde se hace la entrevista] un rato y me ponía a leer poemas, sobre todo de poetas del siglo XIX. Finales. Principios del siglo XX. Rosalía de Castro, Manuel Curros Enríquez. Hice un puzzle.
¿Galicia es inagotable como motor creativo?
Ayer me puse a escuchar un poco el disco, llevaba tiempo sin hacerlo y empecé a tener imágenes... Era realmente lo que quería crear. Estoy muy cómodo y es parte de mi identidad. O sea, por vivir en Barcelona, de repente no voy a aprender a hacer música catalana, ¿sabes? A Fangoria nadie le pide que haga algo diferente y llevan haciendo la misma canción veinte años. “¿Vas a pasar toda tu vida haciendo basando tu música en Galicia…?”. No lo sé. Creo que también me interesan las culturas alrededor: Rodrigo Cuevas es asturiano. E hice cosas en portugués.
Todas las tierras que bañan el Atlántico y el Cantábrico, son tus tierras.
[Ríe] El mar... Cuando vivía en Galicia era mi refugio. El día que estaba mal, me iba allí. Y esa relación, eso sí que era lo cotidiano. Y muchas veces cuando estoy haciendo música relacionada con Galicia, me ayuda un poco eso, irme allí aunque esté lejos, ¿sabes? Pensamos que tenemos que coger un avión e irnos a todo el mundo y lo que tenemos cerca, no lo conocemos ni un poco.
"El ritmo es fundamental en este disco, más que en “Solpor”. Si te fijas, en este disco la parte armónica no está apenas presente".
¿Nostalgia?
El rollo más nostálgico-identitario estaba en “Solpor”. Estaba ese rollo identitario y tal, porque me fui a Madrid: tenía morriña, me sentía lejos. No había un concepto en el que basarme ni del que sentir que revisionaba nada. Pero con Adrián Canoura, la persona que lleva todo el tema de mis vídeos, nos mandamos mensajes todo el día... Una de las cosas que me inspiraron para este disco es una de las pelis que él había hecho, “Caerán lóstregos do ceo” (18), que el personaje principal es Manuel, que es justo el personaje que interpreta Rodrigo Cuevas en el vídeo de “Veleno”. Y él ya se había documentado también sobre toda esa cultura espiritual gallega. Las portadas están basadas en esa cosa antropológica. Los petroglifos me molan.
¿El qué?
¿Aquí existe? Son tallados de piedra, de hace tres mil o cuatro mil años. Y ahí siguen. Y era algo que nos molaba. El disco tiene una parte cristiana que está ahí, porque es la sociedad en la que vivimos, pero sobre todo tiene la parte mística, un rollo pagano. Estos petroglifos que llevan ahí cuatro mil años… De ahí aparecen historias. Recuerdo cuando tenía tres años en el colegio, había un bosque detrás e íbamos ahí y no pasaba nada. Había una piedra justo en medio, parecía la boca de un lobo, y me acuerdo que yo me inventaba historias sobre la boca del lobo. Y al final mucha de la cultura y el folclore de hoy son cosas como esa: un elemento de la naturaleza y alguien inventa una historia. Eso tiene fuerza. Me emociona.
¿Cuándo estás en pleno proceso creativo te dejas llevar mucho por esa emoción?
Recuerdo cosas de niño… Salía del colegio y cogía una bici y me iba por cualquier camino. Iba al monte y... Y eso para mí, no sé, con ocho años, ¡era la hostia! Lo veo ahora y pienso, ¿a qué iba y qué hacía? Y no sé, yo creo que solamente el hecho de estar libre por ahí y todo eso, me molaba.
¿Te cuesta volver a esas imágenes desde una habitación en una ciudad?
Para mí el proceso creativo muchas veces... No es. O sea, yo estoy de acuerdo con eso de Picasso: “Que la inspiración te pille…”. No tengo un método. Hago mucho lo del móvil, lo de coger y grabar una nota de voz. Si tengo un ritmo, si tengo algo que me mueve, grabo. Pero en general me siento ahí y lo que me pida ese día el cuerpo. Y sobre todo intento que los procesos sean siempre diferentes. Así también las canciones suenan diferentes. El ritmo es fundamental en este disco, más que en “Solpor”. Si te fijas, en este disco la parte armónica no está apenas presente.
¿Te dio miedo perder el privilegio de dedicarte en exclusiva a tu proyecto por el confinamiento?
Hasta ahora nunca tuve presión por nada.
Un poco te la dejaste con el otro proyecto, ¿la presión?
Aunque Alex Casanova no era mi nombre, sí. O sea, es el apellido de mi familia y tal. Pero sí, me veía más en primer plano y ahora no. Ahora me siento más liberado. Siento que a la gente le mola Baiuca como concepto, sin saber realmente lo que es. De hecho, hay una cosa curiosa: hice un anuncio ahora para una web y hay gente que lo vio y que comentaba en plan “sale la música de Baiuca”; casi nadie se dio cuenta de que yo salgo en el vídeo. [Ríe] Estoy cómodo a día de hoy. Voy a hacer un poco lo que me dé la gana. Si quiero hacer un EP, si quiero singles... Tengo ideas en la cabeza y tal, vagas de momento.
¿Siempre tienes la música en la cabeza?
Bueno. Sobre todo cuando hablo con Canoura. Canoura es una persona muy especial para mí. Y en estos temas, por ejemplo, recuerdo hace unos meses que hicimos un viaje de dos o tres horas escuchando la radio gallega e íbamos con un programa sobre algo místico que nadie se chuparía. Te daba sueño, pero nos molaba. [Ríe] Pero también me gusta hablar de fútbol...
¿Eres del Depor?
No, del Celta.
Bueno, bien, si no este disco hubiera salido triste.
Más todavía.
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