El disco se grabó en julio, en un casa-huerta en Villarreal. ¿Cómo fueron esos días?
Hacía tiempo que estábamos pensando en grabar por nuestros propios medios, porque tanto Xavi Muñoz (bajo, también en Laetitia Sadier Trío) como Román Sil (guitarra) controlan bastante y tienen mucho material. El propio Xavi nos propuso grabar en el estudio que tienen en una casa de huerta en Villarreal. Fue un proceso muy placentero, estuvimos muy a gusto, y creo que eso se nota en la frescura de las canciones.
Al empezar a plantearte este cuarto trabajo, ¿alguna idea tiraba especialmente del resto?
Me pasa siempre lo mismo. Como el proceso de creación es muy largo, en este caso casi un año y medio entre la primera canción que compuse y la última, a veces sí me planteo un tipo de concepto. La idea inicial era hacer una música mediterránea, pero más cercana a la antigua Grecia, más oscura y pagana, y eso sólo se ve en los tres cortes que se llaman “Arco Mediterráneo”; luego en el resto ha salido lo que ha salido, aunque también es importante analizar eso, ver cómo ha ido cambiando.
De forma habitual se ha hablado de tu música como “mediterránea”, incluso tú mismo lo hacías ahora al referirte a esa idea inicial del álbum. ¿En qué consistiría la mediterraneidad?
Sí, es verdad que siempre había sido un adjetivo que acompañaba a mi música en varias entrevistas y críticas de discos, y yo nunca había tenido claro dónde estaba la mediterraneidad, que en principio se asocia a algo más luminoso. Quería reivindicar cierta oscuridad, pero al final ha salido de todo: música andina, más pop 70’s, Vainica Doble, Spinetta, alguna guitarra muy Connan Mockasin… en general todas las músicas que me gustan.
El disco, de alguna forma, va de más a menos luminoso. Incluso hay momentos en que de luz, nada de nada…
Sí, digamos que las tres primeras canciones son muy luminosas y luego hay un momento en que se oscurece, a partir de “Arco Mediterráneo II”. En realidad me he dado cuenta de que he hecho eso en varios discos, como “Claroscuro” y “Puerto Príncipe”.
"Todo el disco es muy geográfico. Es como el resumen de determinadas vivencias y lugares".
Además, hay algunas imágenes, como la de “Aves del amanecer” (“En mis ojos se han puesto a comer todas las aves del amanecer”), que ya no son únicamente oscuras, sino casi perversas, contrastando además con la serenidad de la melodía…
Sí, pasa un poco también con “Madera muerta”, que es muy pop, pero el título rompe con esa presunta amabilidad. Con las letras soy más libre; no las estudio mucho, sino que las voy sacando por sonoridad, por sensaciones, y muchas veces no tengo una explicación muy clara de su significado.
En ese último tramo aparece “La sal”, que es el penúltimo tema, aunque si hacemos caso a la letra (“De la sal de este mar se llenará la canción final”) debería ser el último. ¿Pensaste en este corte como verdadero cierre del disco o es simplemente un juego de palabras?
Bueno, fue la última que compuse, y nunca había hecho una canción así, de despedida. Era como decir ‘hasta aquí ha llegado esto’. Luego acabó siendo la penúltima, aunque “Viajeros” es más un epílogo. Para mí sí termina con “La sal”.
“Viajeros” condensaría un poco esa idea de movimiento que está presente en el álbum, ¿no?
Sí, todo el disco es muy geográfico. Es como el resumen de determinadas vivencias y lugares.
El propio título del disco parece querer situar el relato en una zona concreta…
Está vinculado a un espacio concreto, es verdad, pero con un componente de nostalgia, porque por ejemplo “Flor de naranjo” habla de una determinada zona que hay en mi pueblo [Puerto de Sagunto], por donde caminábamos cuando éramos jóvenes, y también de todas esas urgencias y necesidades de la adolescencia. Este álbum cuenta menos lo que era mi realidad en el momento de escribir las canciones y hace una recopilación de espacios vividos entre mi pasado reciente en Valencia y el presente actual en Barcelona. Luego hay otros temas, como “Santiago de Chile”, en donde la letra está más vinculada a la relación con mi mujer. La música me hizo recuperar sensaciones vividas en Chile, en la Cordillera Andina… Es muy Víctor Jara también. Son emociones que intento evocar después con la letra.
Hay momentos en este trabajo que suenan muy directos, como “Madera muerta” o “Cuando el aire resuena”. ¿Buscas ahora una mayor inmediatez, profundizando en la línea que ya se inició en “Puerto Príncipe”?
Sí, la música me está saliendo de forma más desprejuiciada. Antes me costaba más verme como compositor de un pop digamos más comercial, y en cambio ahora lo estoy sacando sin tanto problema. “Madera muerta” parte de una melodía que tenía en la cabeza y que rechazaba en mi filtro particular, pensando que sonaba muy noventera y que no iba a gustar, porque se vería muy extraña en mí. Al final, jugando con programas de grabación la metí en las maquetas y da la casualidad que es la que más está gustando. Es el mismo caso que en un recopilatorio de Wences Lamas sobre Rumasa en el que he colaborado ahora, con “La Colmena”. También es muy pop. Me gusta ir explorando campos e ir liberándome de prejuicios musicales conmigo mismo.
Y ahora, una vez publicado el disco, ¿cómo ves ese ‘cambio’?
En el caso de “Madera muerta”, a nivel de arreglos ha quedado muy pop, apenas hay guitarras en la estrofa, la parte cantante en el estribillo la lleva un piano… es algo muy distinto a lo que venía haciendo. Es una experiencia con la que ha aprendido a respetar la inspiración, a tratarla como algo sagrado. Es decir, si me ha venido esta melodía y ha aparecido en mi cabeza de forma tan potente, por qué rechazarla. Se trata de desarrollar eso y ver hasta dónde podemos llegar. En ese sentido me siento más libre y también más agradecido. Se trata de no rechazar las cosas por un prejuicio, un temor o por dar una imagen determinada.
¿Ha ayudado también el hecho de que tu música tenga cada vez un mayor reconocimiento?
La aceptación y el reconocimiento son claves en estas cosas, porque te sientes más seguro de ti mismo, pero sobre todo la aceptación y el reconocimiento de gente afín y a la que admiras. En este sentido, el proceso de trabajo con Wences Lamas me ha servido mucho. Es muy liberador. Cuando me propuso lo del tema para el recopilatorio de Contubernio sobre Rumasa yo no sabía por dónde tirar, es que no me sugería nada la figura de Ruiz Mateos, pero me dijo que hiciera lo que me diese la gana, libertad total, y salió una canción casi al instante, en un día. Luego ves los resultados y te sientes con más confianza.
"Me sigo sintiendo cercano a lugares como el Liceo Mutante [Pontevedra] y ese tipo de colectivos y salas autogestionadas y alejadas de una idea de negocio más grande".
Además, con él has hecho el vídeo de “Cuando el aire resuena”, en donde también aparece Svali, de Reserva Espiritual de Occidente, y la cara b, “Primero tienes que ver el vídeo”…
Es una colaboración de admiración mutua. Yo seguía a Wences desde hace tiempo, porque hizo el vídeo de A Veces Ciclón, que es un grupo amigo, y también por sus dibujos y textos, me gustan mucho. Resulta que un día me escribió y me dijo lo mismo, que a él le encantaban mis discos, así que le propuse que el vídeo lo hiciera él, porque creo que estamos muy cercanos en ciertas sensibilidades, y yo tenía pensado hacer una cara b para cada single. Un día me comentó que había soñado con una melodía y una letra para el vídeo, que es el principio de la canción. Lo desarrollé y pensé que sería la cara b perfecta, porque está hablando sobre el vídeo, y nos pareció gracioso ponerle un título en plan manual de instrucciones. Lo refuerza también como una obra más total, porque los créditos tienen su propia personalidad y le da un toque de humor que a la vez adquiere más sustancia con el estribillo, que se está preguntando sobre la muerte.
También has trabajado en este tiempo con Jesse Sparhawk en “Montero de Halcones”. ¿Qué aportan este tipo de colaboraciones?
En el proyecto de Jesse era la primera vez que componía sin que fuera mi propia música. Fue divertido trabajar de otra manera, buscando melodía y letra a algo que no me había surgido a mí. Es extraño, pero me sentí de alguna forma más fluido al trabajar con las ideas de otro, y además es algo que te aporta un poco más de bagaje para las letras.
Decías hace tiempo en una entrevista que te sentías alejado de cierto “profesionalismo musical”. ¿Ha cambiado eso en los últimos años?
Algo sí ha cambiado después de pasar a BCore con “Puerto Príncipe”, pero todavía lo veo un poco ajeno, porque sigue siendo una propuesta bastante minoritaria. Ahora el complejo que tengo es el de estar un poco mayor para estas cosas, como la promoción y todo esto, pero ya me encuentro más cómodo y con más experiencia. A la vez me sigo sintiendo cercano a lugares como el Liceo Mutante [Pontevedra] y ese tipo de colectivos y salas autogestionadas y alejadas de una idea de negocio más grande. A pequeña escala se está organizando un movimiento underground, un circuito que cada vez tiene más gente. Valencia y Galicia creo que son los dos casos más representativos y donde más está funcionando esta idea. Mi intención es poder combinar un poco las dos cosas, ver si vamos ganando público y sacamos cabeza dentro de esto.
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