PASADO Y FUTURO
Futuro y pasado de la mano, sin presente; Bilbao saluda a Europa entre dos aguas, en contraste, atrapado y cautivo entre el pasado de sus habitantes y el futuro del Museo Guggenheim. Gente y hierro que no se entienden, conflicto generacional urbano y sordo; la vida por delante, la vida por detrás, y el ahora suspendido, escuálido. Una encerrona, que es desde fuera modernidad y progreso, y los Smashing Pumpkins, conmovidos, deciden presentar al mundo su nuevo disco, "Adore", desde el sitio sin presente,desde el porvenir atrasado de la ría bilbaína. Y en vísperas del concierto el hoy se hace ayer esperando al grupo, que vive sin regirse por reloj; tres horas de retraso y un disco de presentación rayado, para comprobar que vivimos en un tiempo que pretenden que sea otro y es éste. Los avances de la ciencia y la diligencia humana, retratados por Berlanga en el templo del arte; ira de la prensa, esperando en el hoy hasta el mañana. "No es nuestro estilo y este retraso no es culpa nuestra", dice Billy Corgan, sin ningún ánimo aparente de que le crean. Corgan, jefe y genio, es también un hombre sin el hoy, del cual huye hacia delante; es un espectro, un alma en pena blanca y alargada, que mira con malicia y responde parcamente. No es lo suyo chulería o impertinencia, es desprecio, pero desprecio a la incomprensión, al rumor o al malentendido general sobre su vida u obra; parece cansado de que la gente le recuerde la muerte en el seno de su grupo. "Somos seres humanos" dice, "aceptamos lo que nos pasa, bueno o malo, y seguimos adelante". Las pérdidas, de cualquier forma, no significan mucho para él. "Michael Jordan no juega tan bien como hace unos años, pero sigue siendo el mejor". A su lado, asiente James Iha, el oriental desorientado, muy nervioso, con fobia a hablar y con ganas de marcharse; la única mueca que su cara de granito se permite brota cuando, por sorpresa, se levanta y cuenta un chiste. "Vamos a hacer un par de versiones de Oasis". D´Arcy Wertzsky, bajista, rubia y como de cera, levanta la vista hacia el atrio del museo y, a través de sus respiraciones profundas, vemos su asombro, su reverencia hacia el arte transparente; es la que menos ganas tiene de tocar, y lo confiesa ("Billy me ha sacado de casa").
Los tres quieren dejar claro que su nueva obra es deliberadamente nocturna, y rechazan cualquier otro etiquetado. "La música no es o blanco o negro, es mucho más complicada. Este disco es profundo y complejo". Corgan está obsesionado con la presunta tristeza, falsa, que desde todos los frentes se les atribuye. "Somos positivos, en serio, esa es una de las grandes equivocaciones que los medios se empeñan en propagar. Nuestro disco está hecho alrededor y sobre el amor, y sobre la enorme necesidad que hay de él en este mundo, jodido como está". Complejidad, alimento de los Pumpkins. "Mellon Collie and the Infinite Sadness" era un álbum orgánico, inspiradísimo, sobresalto de la vida, sangre y carne; estaba escrito e interpretado con el tuétano de los huesos. "Adore" es el futuro etéreo, es el clima, el ambiente sobre el impulso; el artista, al madurar, descubre que el fondo es la forma, y viceversa; lo que en "Collie" era chispa desnuda, en "Adore" es escasez nublada, es atmósfera. Todos comprenden, tarde o temprano, que la simpleza compositiva favorece, y todos acaban por simplificar y enriquecer. "Adore" es un invernadero de aluminio, es futuro envuelto en tormenta, pero Corgan no es tan lúgubre como quisiera ("no somos un grupo triste", repite una y otra vez, "lo único que queremos es llegar al mayor número posible de personas y que nos quieran") y hay una trágica alegría flotando, que fluye; es el triunfo del hombre sobre la máquina, de Corgan sobre el presente. Es el sosiego grabado y registrado, en lata, y las guitarras tienen poco espacio, están prietas; lejos queda la furia, la agresión temible que vio nacer y crecer a las calabazas. La vida pasa cada vez más despacio, y acaba uno cogiendo la postura y poniéndose cómodo.
GUGGENHEIM, BILBAO (21-5-98)
Comentaba un amigo, a propósito de nuestra visita previa al Guggenheim, que el verdadero sentido del arte como forma de expresión vanguardista debería buscarse, no en la simple valoración estética de una obra, sino en la manera en la que encauza sus influencias, en el modo en el que convierte sentimientos, sean positivos o negativos, en imágenes, formas o piezas musicales y, quizás, por lo influyente que acabe siendo. Quizás suene pomposo, pero esa es la forma en la que puede juzgarse la música de una banda como Smashing Pumpkins. Por su relativa destreza al reconducir sus influencias de los setenta, por la forma en la que transmiten fuerza, intensidad e incluso emotividad y, en tercer lugar, por las decenas de formaciones que, día a día, pretenden emularles.
Smashing Pumpkins son, a estas alturas, una de las dos grandes formaciones que permanecen tras la resaca grunge (obviamente junto a Pearl Jam) y Billy Corgan lo sabe. Sabe que su nuevo disco, "Adore" (quince cortes y una u otro que combinan a los Pumpkins más melancólicos,con inéditas pinceladas electrónicas). En resumen, gloria,éxito y popularidad. Tres pilares básicos para sostener a uno de los grandes monstruos del alternativo estadounidense y tres bienes que Corgan y sus muchachos empezaron a hipotecar desde el primer segundo de su actuación (exteriores del Guggenheim, escenario diminuto, sonido pulido aunque tímido, cuatro mil espectadores y la práctica totalidad de los medios nacionales presentes). Los Smashing Pumpkins de "Adore" son los más oscuros, los menos agradecidos y los más autocomplacientes, pese a ese supuesto avance que debería generar el aderezo electrónico, de todos los Pumpkins conocidos hasta el momento. Obviamente, su directo debería mantener esa tónica y, de hecho, la mantiene. Corgan, D´Arcy, Iha y sus asalariados (el teclista Mike Garson, el batería Kenny Aronoff y un par de percusionistas más que competentes) sonaron oscuros, tristones, difíciles, incómodos y autocomplacientes, especialmente autocomplacientes. Desde el inicio con "To Sheila", los de Chicago se alejaron de nosotros a marchas forzadas y a velocidad de espanto. Ni los cortes más agradecidos de su nuevo álbum (¿sirve "Perfect"?)les ayudaron a retomar el pulso. Quizás si hubiesen sabido reflejar en escena el proceso evolutivo del estudio (su directo respira pura energía setentas a base de esos desarrollos que, día a día, han ido ganando protagonismo en sus shows), si no hubiesen desmontado los pocos cortes que su entregada audiencia podría haber coreado ("Tonight,Tonight" se convirtió en un medio tiempo acústico de vocación casi folk, "Bullet with Butterfly Wings" avanzó entrecortado y dando tumbos, mientras que únicamente "1979" les mostró en la buena forma de antaño), si hubiesen recordado que "Transmission" (Joy Division) sonaba infinitamente más cruda en la versión original o si tan solo hubiesen dejado por unos minutos en la cuneta a esos percusionistas que mejor quedarían con Carlinhos Brown. Como nosotros mismos hemos comprobado en más de una ocasión, los de Chicago pueden tener noches mejores o peores, pero aquella noche era demasiado especial, demasiado momunental, como para dejarla escapar. Corgan y sus muchachos, como Godzilla, han vuelto. Volvieron con el Guggenheim como telón de fondo, pero sin caer en la cuenta de que, a sus espaldas, las turbulentas aguas del Nervión estaban al acecho.
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