Aquel grupo que parecía enjalbegar en fase difunta, con la discografía perdida en las cajas de segunda mano, puso en orden su legado y llenó dos noches seguidas la Plaza de Toros de Granada en 2016. Justicia poética: la música de 091 está viva. “La otra vida” es el decálogo rock de José Ignacio Lapido (nuestro interlocutor), José Antonio García, Tacho González, Víctor Lapido y Jacinto Ríos en este siglo.
Las expectativas entre la afición son altísimas. ¿Existe una presión especial a la hora de componer un disco de 091 después de un cuarto de siglo?
Lo que ha habido es sentido de la responsabilidad. Lo normal a la hora de hacer algo que no hacíamos juntos desde hace mucho tiempo: preparar un repertorio nuevo y grabarlo. La sensación de vértigo tal vez la sentimos más en 2016, cuando volvimos a juntarnos para tocar después de veinte años. Después de aquella experiencia, asombrosa en muchos aspectos, nos quedó la duda de si merecía la pena volver a hacer algo en un plano más creativo en el estudio. Todos coincidimos en que si dábamos ese paso, era para hacer algo grande. Y nos pusimos manos a la obra.
"El disco no hubiera sido igual sin esa combinación de personalidades".
El single de adelanto se ha escrutado desde todos los ángulos. Se habla de rock barnizado a lo The Black Keys, de Gary Glitter, de una work song clásica… Y lo curioso es que juega al despiste. ¿Es “Vengo a terminar lo que empecé” una declaración de principios?
Hemos elegido esa canción porque todos, nosotros y la compañía, estábamos de acuerdo en que era una buena carta de presentación. Un tema que recoge nuestras esencias del pasado y las transporta al presente. El título, aunque parezca lo contrario, no está escrito a propósito en relación a nuestra situación profesional. La canción no habla de eso. Es el resultado de meter en una batidora impulsos eléctricos, surrealismo, alienación y angustia vital: lo habitual en una canción de rock and roll. Lo cierto es que nos dimos cuenta después de que podía interpretarse de la otra forma. Bueno, las interpretaciones son libres.
El álbum dispensa lo que todo seguidor de 091 anhela escuchar: rock literario y melódico en diferentes graduaciones. ¿Cuánto ha habido de musas encontradas en esta otra vida y cuánto de oficio para dar forma a esta colección de canciones?
Escribir canciones es el oficio al que me dedico desde hace más de treinta y cinco años. Lo que quiero decir con esto es que escribir estas diez canciones tampoco ha sido nada fuera de lo habitual para mí. Desde hace ya mucho, en mis últimos discos en solitario, he notado que cada vez me cuesta más conseguir la colección perfecta para completar un disco. Supongo que es normal para alguien que ha escrito tantas canciones. Pero, como he dicho otras veces, con la navaja en el cuello se escribe mejor. En este caso la navaja era de las grandes y afiladas. ¡Los Cero vamos a grabar disco nuevo después de veinticinco años y tenemos fecha para entrar en el estudio! Fue un remedio infalible: me puse a trabajar a destajo y las canciones salieron. ¿Inspiración u oficio? No creo en la inspiración, creo más en el talento, en el trabajo y la autocrítica.
¿Ofrecer material nuevo era una premisa o se barajó grabar en algún momento piezas escondidas de culto como “Venus”?
No. La única idea que barajábamos era volver a grabar juntos material nuevo, nada de repescas, y material que estuviera a la altura de lo que se espera de nosotros, no cualquier cosa para salir del paso y que nos sirviera para dar bolos. Previamente a la grabación, hemos estado varios meses trabajando para perfilar las canciones en el local. Nosotros solos y con Frandol, el productor.
Lapido ha publicado siete discos y medio en solitario en veinte años: su obra de madurez. ¿De qué manera influye esa experiencia, ese equipaje, al volver a componer para un grupo que se separó cuando rondabas los treinta y cuatro años?
Lo que intento es que cada canción sea lo mejor que puedo escribir en ese momento. Cuando empecé a escribir estas, ya sabía que las cantaría José Antonio y que todos los miembros de la banda aportarían su personalidad en ellas, como así ha sido. Y está bien que sea así, porque para eso somos una banda. El disco no hubiera sido igual sin esa combinación de personalidades.
"Creo que empecé a encontrar mi propia personalidad como escritor de canciones a partir de “12 canciones sin piedad”. Lo de antes se puede decir que eran errores de juventud con algún que otro acierto".
Una clave del sonido es la incorporación de Raúl Bernal como elemento fijo. Los teclados respiran con naturalidad, incluso facilitan arreglos novedosos. En tiempos de los Cero, artistas como Rosendo decían que los teclados “distraen”. 091 ya probó con el Hammond invitado de Fonfi Cornejo.
Hombre, que una gaita o una flauta travesera distraigan, lo entiendo, pero decir que un órgano Hammond o un piano eléctrico Wurlitzer distraen en un disco de rock, es absurdo. Si fuera así, tendríamos que decir que todos los discos clásicos de los sesenta y los setenta están ‘distraídos’. En fin, lo de contar con Raúl en el disco y en los directos surgió por una propuesta mía. Como sabes, él lleva tocando en mi banda desde 2005. Pensé que a las nuevas canciones les vendrían muy bien el piano y el órgano. De hecho, como bien dices, en bastantes canciones de nuestros discos anteriores hay teclados, unas veces los tocó nuestro querido Fonfi y otras llamábamos a músicos de estudio como David Lenker o Pablo Salinas. Raúl tiene mucho talento y creo que su aportación al disco ha sido fundamental en la sonoridad final.
Si el power-pop y la new wave son tres minutos de magia, este disco, a tenor de la energía y la duración de las canciones, anda por ahí, ¿no?
Sí, son canciones cortas y bastante directas, unas más rápidas y otras más lentas, como en los discos de toda la vida, aunque la intensidad no depende de la velocidad del tema: depende de la capacidad de transmitir sensaciones. Si das con la conjunción perfecta entre acordes, melodía y letra, y eso lo interpretas como si te fuera la vida en ello, entonces es cuando surge la magia. Me atrevería a decir que lo hemos conseguido.
Para la producción recurristeis al viejo amigo Frandol, de Roadrunners, uno de esos tipos que todavía parecen sacados de Carnaby Street y que conoce los trucos para que lo añejo suene nuevo.
Queríamos a nuestro lado a alguien en quien confiar. Alguien al que nuestra forma de tocar o nuestra forma de entender la música no le fuera extraña. Nos acordamos de François Pandolfi, ‘Frandol’. Lo conocimos entre el 86 y el 87. Los Cero por aquella época dimos tres pequeñas giras por Francia y estuvimos en su ciudad, Evreux. Él era cantante, guitarrista y compositor de Roadrunners, una magnífica banda. Hicimos buenas migas y luego los trajimos a tocar con nosotros en Granada. Cuando nos planteamos el tema de la producción de este disco, creímos que sería buena idea contar con su sabiduría y su experiencia para meterle mano a las nuevas canciones. Una visión externa pero a la vez cercana.
Los textos preservan la poética de Lapido, con metáforas recurrentes: sombras, piedras, vino, superstición. ¿Cómo se lleva el compositor de ahora con aquel letrista de los ochenta y los noventa?
Creo que empecé a encontrar mi propia personalidad como escritor de canciones a partir de “12 canciones sin piedad”. Lo de antes se puede decir que eran errores de juventud con algún que otro acierto. A partir de ahí, ha habido una evolución lógica: yo he ido haciéndome viejo y quiero creer que he ido perfeccionando mi manera de componer. Los temas siempre son los mismos, para qué nos vamos a engañar, desde ópticas diferentes: sombras, piedras, vino… Claro. Lo triste sería escribir sobre cerveza sin alcohol y teléfonos móviles.
En el fondo, el disco es un canto de amor al rock and roll, una defensa de las canciones de guitarras y de la música cómplice del siglo pasado, hoy casi una gesta embalsamada. ¿Os preocupa ser capaces de registrar en el estudio la fuerza que indudablemente mantienen los Cero en directo?
Sí. François lo decía en el estudio: esto es un acto de fe. Un acto de fe en una determinada forma de entender y de interpretar rock que se está perdiendo. Había que conseguir poner ese sentimiento al día, huir de embalsamamientos y ser capaces de hacer evidente en el disco nuestra personalidad de 2019, con más experiencia pero con la misma rabia.
Y a la vista de los resultados, ¿sopesáis más discos en esta otra vida?
Después de “Maniobra de resurrección” aprendimos a no decir nunca jamás. Lo que tenga que ser, será.
En Granada tocasteis techo en 2016, llenando dos noches la Plaza de Toros.
Aquello tampoco se nos pasaba por la cabeza cuando lo hicimos. De hecho, éramos bastante incrédulos al respecto. Nos pasó como a santo Tomás: tuvimos que tocar delante de 9.000 personas cada noche para comprobar que era cierto. Ahora no lo sé. No soy adivino, pero creo que tenemos que disfrutar del momento, ya sea para audiencias grandes o pequeñas.
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