A propósito de nada
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A propósito de nada

9 / 10
J. Picatoste Verdejo — 28-05-2020

Desde que se anunció la publicación de la autobiografía de Woody Allen, “A propósito de nada” se convirtió, ya para el futuro, en uno de los títulos imprescindibles, de cabecera, de la bibliografía cinematográfica: la vida, relatada por él mismo, de uno de los cineastas norteamericanos más influyentes de la segunda mitad del siglo XX, muchas veces considerado como un genio. De hecho, aunque los ha habido, no son demasiados los grandes directores que dejaron escritas sus propias historias. Ni Hitchcock, ni Ford, ni Kubrick, por ejemplo, escribieron sus memorias aunque  ya se han preocupado decenas de estudiosos y biógrafos de llenar ese hueco. Sí lo hizo Elia Kazan, a quien Allen rinde pleitesía debido a su adaptación de “Un tranvía llamado deseo”, en un voluminoso tomo cuyo interés, como el del que nos ocupa, sobrepasa la cuestión cinematográfica. Si allí el director de “La ley del silencio” se justificaba por la delación de compañeros de Hollywood durante la Caza de Brujas, aquí Allen se ve obligado a utilizar casi un tercio del contenido en defenderse vehemente, y de forma pormenorizada, de la acusación popular de abuso sexual que ha enturbiado su existencia durante los últimos treinta años, por más que la investigación policial ya decretara en su momento la inocencia del cineasta.

Po fortuna el libro no solo sacia la curiosidad por los temas más escabrosos. “A propósito de nada” es el relato autobiográfico de un hombre de ochenta y cuatro años que mira al pasado desde la tranquilidad. Un hombre notable que, luchando contra su propia imagen de intelectual, aparece humano y, como cualquier hijo de vecino, aprovecha en su última etapa para recordar desde la humildad y la nostalgia su infancia y adolescencia, mostrar la admiración por sus maestros y compañeros de trabajo y profesión y dar cuenta de su feliz vida familiar, además de brindar un relato sorprendentemente sincero de las mujeres más importantes de su vida, la mayoría de las cuales siguen manteniendo contacto con él, a excepción hecha de Mia Farrow. [Por cierto, sirva como sutil ejemplificación de ello que el libro se inicia con una dedicatoria a Soon-Yi, actual esposa, y se cierra en la contracubierta con un reciente y divertido retrato de Allen realizado por Diane Keaton, actriz de varias de sus películas y con la que mantuvo una relación sentimental en los años setenta].

Especialmente regocijante para él (y para el lector interesado en la época) se presenta su crónica del Nueva York de los cuarenta y cincuenta, el deambular por Manhattan, la reivindicación, frente a la realidad, de la fantasía proporcionada por el cine clásico, la devoción por bellas melodías de una elegancia perdida y por espectáculos que jamás volverán. El texto rebosa de referencias culturales locales y añejas y, por ello, eso sí, habría sido útil un mayor número de notas del traductor que enriquecieran la lectura de la edición en español.

Más allá del orden cronológico de los hechos biográficos –su experiencia como guionista televisivo, monologuista y por último director de cine (con un breve repaso a cada uno de sus filmes, incluido “Rifkin's Festival”, todavía por estrenar)–, Allen se permite la libertad de incluir digresiones propias de quien no le importa la ortodoxia. Por otra parte, le trae sin cuidado incordiar con sus opiniones –plasma negro sobre blanco sus obsesiones como el judaísmo o la terapia psicológica del mismo modo que antes lo había hecho en película–, decepcionar con sus gustos –algún cinéfilo necesitará oxígeno al leer que ni le parecen divertidas “Con faldas y a lo loco” o “La fiera de mi niña” ni soporta “Vértigo” de Hitchcock–, o burlarse (desde la complicidad sobreentendida) de los propios seres queridos, especialmente de sus padres a los que retrata como una pareja en discusión permanente. Porque si algo no podía faltar es el humor que impregna cada página del libro con observaciones brillantes que abundan en el pesimismo y la autoflagelación y que pueden entenderse como un guiño a las réplicas oídas en sus películas. En definitiva, “A propósito de nada” es el resultado de una vida plena de alguien que, huyendo de la realidad, ha chocado con la versión más cruda de ella y que para hacerle frente se ha servido de su humor innato y de un pesimismo balsámico.

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