Si, como a mí, siempre os ha gustado el cine de terror, puede que recordéis esos paseos por la sección de ídem en el videoclub. Esas portadas de los DVD/VHS (elegid época) que te ponían los pelos de punta, que hacían que tu cerebro se pusiese a mil por hora montándose su propia película, sintiendo miedo, pero también fascinación y morbo – sobre todo si no te dejaban alquilarlas. Es curioso que, si las ves ahora, seguramente no te despierten todas esas sensaciones, y quizás te des cuenta de que las tenías mitificadas, quizás por sus portadas, quizás por los cuatro datos que conocías de ellas... y quizás, también, por el aura del propio videoclub. ¿Qué tenía ese lugar? ¿Y qué tiene, en general, el cine, para jugar tanto con nuestras emociones, y con nuestra percepción de la realidad y la ficción? ¿Y por qué nos encanta que lo haga? “Videoclub” puede dar respuestas, pero sobre todo puede ayudar a entender esas preguntas.
En un momento en que Filmin está cada vez más presente, con series propias tan recomendables como “Autodefensa” o “Selftape” y proyectos tan llamativos como “Terenci, la fabulación infinita”, su cofundador Jaume Ripoll (Palma, 1977), también director del Atlàntida Mallorca Film Fest, publica su primer libro. “Videoclub” va haciendo una travesía por las últimas décadas del cine, especialmente de la industria del cine, siendo un must para todo aquel interesado en conocer cómo ha ido cambiando la distribución desde finales de siglo hasta la actualidad, todo a través de las propias experiencias vitales de Ripoll. De la época de pelis en el colegio (“El halcón maltés”, propuesta por él) y en el cine (“Átame”, muerto de la vergüenza al verla junto a sus padres) iremos pasando al nacimiento de televisiones privadas, a la expansión de Internet, a la piratería, a las plataformas de streaming, etcétera. De las recomendaciones del encargado de tu videoclub de confianza, al amado y odiado algoritmo. De tener ilustraciones de películas en casa, a coleccionarlas en VHS, y a cerrar el círculo hoy en día con más pósters que películas en físico. Incluso, de las anécdotas derivadas de tener una sección de cine X, a la “lucha de clases” particular con Pornhub y Onlyfans.
También se abordan aspectos relacionados con la creación audiovisual en sí, a partir de la propia formación del autor en la ESCAC, resultando uno de los puntos más interesantes del libro. Ripoll se aleja aquí de la distribución y nos acerca a su pasión e ilusión como espectador... y como creador. Así, se nos muestra cómo el choque de la pasión e ilusión con las inseguridades (representadas aquí en esa simbólica “calle Fideos”) y con la implacable realidad (“don't be a lawyer”) puede hacer que se queden por el camino, pero también que, como la energía, se transformen en otra cosa.
Precisamente de esas transformaciones de energía está lleno el cine LGBT. Tanto por parte de los creadores que transforman un pasado –o presente– desagradable en algo positivo (ya sea a través de la comedia o a través de la comunión de una experiencia compartida) como por parte de los espectadores, que transforman el metraje en una sensación de compañía. Buscan una película, sí, pero sobre todo buscan sentirse un poquito menos solos. Y es una alegría encontrarse un capítulo dedicado a este tema, porque es muy probable que en la mayoría de libros similares no haya, no ya un capítulo, sino incluso menciones de obras, más allá de dos o tres típicas.
“He hecho un viaje de espectador a distribuidor, del placer al trabajo, y ahora abordo estas memorias con la esperanza de que restauren parte de la ilusión perdida”, cuenta Ripoll nada más empezar el libro, y relacionado con esto comentaba en una entrevista reciente con GQ que “el miedo a perder la pasión de la mirada lo compensa la pasión desbocada de la mirada ajena”. No sabemos si, en lo personal, parte de esa ilusión le habrá vuelto, pero desde luego puede estar contento con “Videoclub”, porque el lector acabará con una lista aún mayor de películas pendientes, y los motivos son “culpa” suya. Algunas pelis estarán en esa lista porque las ha mencionado, otras porque las ha recomendado en esos veinticinco grupos del final, y otras porque es inevitable que leyendo este libro no te den ganas de ver cine: la pasión e ilusión que en teoría estaban “perdidas” se transmiten a través de sus páginas. Al fin y al cabo, “Videoclub” es una ventana a lo que significa la pasión por el cine, y cómo puede influir en tu vida.
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