Tinta invisible
LibrosJavier Peña

Tinta invisible

7 / 10
José Martínez Ros — 09-12-2024
Empresa — Blackie Books

La pérdida de nuestros progenitores es una experiencia que casi todos, por motivos obvios, hemos de vivir algún día. Incluso antes de vivirla en nuestras propias carnes, la hemos podido contemplar en miles de películas y obras de teatro; y también hemos podido leer sobre en un sinnúmero de libro; pero, por supuesto, esto no hace que sea menos dura. El escritor, y divulgador cultural, Javier Peña, se ve enfrentado a esa situación al comienzo de “Tinta invisible”. Su padre, debido a una avanzada fibrosis pulmonar, va a fallecer en cuestión de semanas, en días. Por motivos que no terminan de quedar demasiado claros en este libro, llevaban años distanciados, sin verse. Pero si hubo razones para esa separación, llegó el momento de olvidarlas: Peña acude a visitarlo al hospital y asiste a su progresivo deterioro.

Es una situación que todos los que hayan seguido la actualidad literaria de la última década les hará pensar en “La muerte del padre” del noruego Karl Ove Knausgård, el inicio de su “Mi lucha”, su monumental ciclo de novelas autobiográficas, uno de los mayores hitos de la narrativa europea del siglo XXI. Es una comparación que no evita Javier Peña; quien recuerda que la devastadora sinceridad del libro de Knausgård, en el que el que retrató a su padre como un tipo como mínimo difícil, con un carácter muy hosco, irascible y con un grave problema con el alcohol, escandalizó a la mitad paterna de su familia, que jamás le perdonó que lavara sus trapos sucios en público. Tal vez la página de “Tinta invisible” que dedica su autor al escritor escandinavo también contiene un mensaje para el lector: esta obra no se parece en nada a “La muerte del padre”, es cualquier cosa excepto un ajuste de cuentas. Todo lo contrario, es un ejemplo de lo que podríamos llamar “la consolación a través del arte”.

Porque hay algo que el padre de Javer Peña legó a su hijo y que este convirtió en el centro de su existencia: el amor por la literatura. Peña es lo que antes los cursis llamaban un “letraherido”, como podemos comprobar en su estupendo podcast “Grandes infelices”, el que nos narra las vidas turbulentas, a veces espantosas o ridículas, de muchos de los grandes genios de las letras, de Virginia Woolf a Roberto Bolaño. “Tinta invisible” es una prolongación natural del podcast y las diferentes visitas que hace a su padre, las breves conversaciones que mantienen, los recuerdos que evoca y que asocia a tal o cual obra, le sugieren un sinfín de anécdotas literarias.

Está, por ejemplo, este comentario genial del autor de “Lolita”, que nos induce a pensar que los escritores son, ante todo, unos mentirosos supremos, capaces de dar a sus mentiras una convicción absoluta: “en sus clases Nabokov solía contar una historia sobre los orígenes de la narrativa. Decía que la literatura no nació llegó corriendo del valle neandertal gritando lobo con un lobo enorme pisándole los talones; la literatura nació el día en que el chico llegó gritando lobo sin que ninguno le persiguiera. Que el pobre chico, tras haber mentido tantas veces, lo acabase devorando un verdadero animal, explicaba Nabokov, no era más que un mero accidente”.

Aunque mi pasaje favorito del libro es este chiste sobre escritores que Peña atribuye a Margaret Atwood, la autora de “El cuento de la criada”: “una tarde cualquiera el diablo se le aparece a un escritor que aporrea las teclas de ordenador. El diablo carraspea, pero el escritor no levanta los ojos del teclado. Entonces el diablo alza la voz y dice: voy hacerte el mejor escritor de tu generación. Eso hace girar la cabeza a nuestro autor. El diablo añade: qué digo de tu generación, el mejor del siglo. El escritor está cada vez más interesado ¡El mejor de la historia!, dice el diablo. El escritor pregunta: ¿y qué debo darte a cambio? El diablo extiende un contrato sobre la mesa. A cambio sólo quiero que me des tu alma, la de tu madre, la de tu padre, la de tus cuatro hermanos, tu perro y tus doce sobrinos. El escritor le pide un bolígrafo para firmar, pero antes de hacerlo, se detiene pensativo. Un momento, dice, ¿dónde está la trampa?”

En “Tinta libre” se aprecia el dolor de su autor, a medida que se acerca lo irremediable, pero, quizás, el velo de pudor que se autoimpone le resta impacto emocional. Sin embargo, como ensayo literario es una delicia y todo buen lector lo va a disfrutar enormemente. Es obvio que esto responde a una decisión consciente de quien escribe: “nunca podré agradecer lo suficiente a mi padre que me introdujera en esa belleza, en el mundo de la historias, en el lugar que me ha hecho más feliz”. Quienes amamos los libros lo comprendemos.

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