Que Sven Holm es considerado como uno de los grandes de la literatura danesa lo justifican novelas como “Termush”. No en vano, estamos ante un prodigio de la literatura posapocalíptica de la era del miedo nuclear de los años sesenta, época proclive a sembrar dicho género de ciencia ficción catastrofista. Es así como salieron a la luz algunas de las lecturas más apabullantes que nos ha brindado la inspiración surgida de los miedos alimentados por la guerra fría en aquellos tiempos de incertidumbre nuclear.
Dentro del abundante caldo de cultivo sembrado en aquellos años, figuras como J.G. Ballard recontextualizaron la ansiedad vital que se transmitía a través de las vías culturales. En este sentido, Holm se nutre de la misma forma de enfocar las terribles consecuencias de la postrera visión de un mundo en ruinas.
No en vano, lo que tenemos aquí es una parábola ballardiana de altos vuelos, en la que somos testigos de la existencia de una comunidad ajena al horror en un complejo costero conocido como “Termush”. En el mismo, somos arrastrados a una Dolce Vita distópica. Privilegios de unos millonarios que se esconden de un mundo que sufre la desintegración moral, que se va topar con este falso edén dionisíaco.
Holm escribe con una destreza poco habitual a la hora de generar una sensación constante de ansiedad en el lector. Una mediante la cual pocas veces nos podremos sentir tan conscientes de la debacle emocional relatada palabra por palabra a través de un ejercicio solemne de escritura terroríficamente descriptiva. Hasta el punto de establecer un grado de empatía absoluta con esa voz en primera persona que nos va dibujando cada momento de miedo, kafkiana en su capacidad para mostrar hasta el más mínimo detalle de las sensaciones que emergen de un mapa vital tan desmoronado y tarkovskiano como el aquí expuesto.
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