Brett Anderson entrega la segunda parte de sus memorias, con un volumen que sucede a ese imprescindible "Mañanas negras como el carbón" (Contra, 18) publicado el año pasado en nuestro país. Si aquél tomo hurgaba en los humildes orígenes del vocalista finalizando justo antes de la publicación del primer disco del grupo y su consiguiente (y meteórico) éxito, éste comienza su historia en idénticas coordenadas temporales. Manteniendo el tono de su antecesor, el londinense presenta un texto en el que, sin bien no esquiva ningún tema determinante, a cambio intenta manifiestamente alejarse de los tópicos asociados a una estrella del rock. El autor analiza, con sinceridad y esa perspectiva autocrítica que suele llegar con la madurez, los determinantes y condicionantes que envolvieron la gestación de cada uno de los cinco discos publicados por el grupo antes de su disolución en 2003, así como el personal trazado sucedido en paralelo a las circunstancias acontecidas y mutadas en el seno del combo.
Las primeras páginas afrontan aquella sacudida (artística y personal) que supuso la publicación de Suede (Nude, 93), en realidad iniciada meses antes con el lanzamiento de los sencillos The Drowners (Nude, 92) y Metal Mickey (Nude, 92). Fue, en parte, la consecuencia de una prensa británica volcada a la hora de abrazar a la banda como gran esperanza patria en respuesta a la hegemonía del grunge norteamericano, pero que en pleno afán también manipuló a la formación (aún novel) a su antojo. Especialmente desgarrador resulta el espacio dedicado a Dog Man Star (Nude, 94), obra maestra del combo y fruto de una enorme ambición creativa, pero también de una situación extraordinariamente tensa entre el guitarrista y co-compositor Bernard Butler y el propio Anderson. Resulta fascinante conocer de primera mano los pormenores de la confrontación entre ambos músicos, así como conmovedor el hecho de comprobar como el autor muestra aquí la comprensión y humildad de las que adoleció hace ahora un cuarto de siglo.
Los capítulos destinados a Coming Up (Nude, 96) son los de la satisfacción ante el nada sencillo proceso de la (obligada) reinvención, y la triunfante manera en la que el grupo solventó el asunto. Es entonces cuando el joven guitarrista Richard Oakes se asienta definitivamente en la formación tras sustituir a Butler, acogiendo éste también en sus filas al teclista Neil Codling. A la postre y tal y como reconoce un Anderson que no escatima elogios, ambos se revelarían como piezas fundamentales en la nueva versión del proyecto. Fue entonces cuando llegó una aceptación generalista con la que Suede traspasaron la frontera más estricta del indie, gracias a un giro en el sonido (sensiblemente más inmediato y vertical) motivado a partes iguales por la necesidad y la búsqueda premeditada. Unos años en los que el cantante comenzaba a caer en el consumo serio de drogas, algo que expone eludiendo el morbo barato (ni una vez se mencionan nombres concretos de los estupefacientes) y como necesaria explicación de lo que sería un entorno determinante en el devenir del grupo.
Es entonces cuando llegó Head Music (Nude, 99), primer trabajo de Suede incapaz de conseguir el aplauso unánime de los medios, al resultar un trazado irregular que alternaba joyas con piezas dolorosamente insustanciales. Una selección excesiva y caótica que, tal y como sentencia el firmante, estuvo influenciada de manera inevitable por ese estado de adicción en el que se encontraba inmerso de forma cada vez más preocupante. Fue el primer paso en falso de un grupo que, además, se encontraba a punto de perder a un bastión por entonces ya importante como era Codling, diagnosticado con cansancio crónico. El relato llega así a su última parte, con el conocido descalabro que supuso A New Morning (Epic, 02), fruto de esa desintegración paulatina, diseñado en base a un desastroso enfoque global que Anderson pone de manifiesto al transmitir el agotamiento que, a todos los niveles, lastraron aquellos días. Una tendencia que poco después derivaría en la desaparición del grupo.
Al tiempo de diseccionar la mencionada discografía, el inglés también aborda otros temas de interés, caso de relaciones trascendentales (tanto sentimentales como amistosas), la reaparición de Justine Frischmann en su vida, confesiones sobre favoritas y canciones detestadas, o esa decisión arrastrada hasta el final y consistente en relegar temas mayúsculos a las caras B de los singles, en un error de cálculo que a día de hoy sigue atormentando al músico. Tardes de persianas bajadas (Contra, 19) es, en definitiva, un relato sincero y desarrollado a lo largo de toda la década de los noventa, representativo de aquella época a través de unos pasajes londinenses urbanos y con frecuencia bucólicos, descritos con detalle y trazo poético. Una obra definida con la lucidez y claridad argumental que solo puede otorgar la vivencia en primera persona. Todo con el mismo estilo depurado y honestidad mostrado por el autor en una primera parte igual de necesaria y, a todas luces, complementaria al presente lanzamiento.
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