Zoo ha sido el grupo valenciano de mayor éxito y proyección en lo que llevamos de siglo. Reivindicativos pero no sermoneantes. Complejos pero populares. Divertidos pero no frívolos. Bailables pero no huecos. Curtidos pero tampoco combados por el cinismo. Lo dejaron justo a los diez años de trayectoria: de 2014 a 2024, cuando tuvieron la honestidad (consigo mismos y con los demás) de ver que corrían el riesgo de anquilosarse, caer en la rutina, dejarse llevar por el piloto automático. Hubo quien no lo entendió. El crítico musical e investigador Josep Vicent Frechina (Massalfassar, València, 1966) es el mayor especialista en música popular en valenciano de las últimas décadas: su libro "La cançó en valencià. Dels repertoris tradicionals als gèneres moderns" (2011) es una indispensable biblia de algo que en un país normal – el valenciano aún dista de serlo, aunque se hayan dado muchos avances – nunca debería ser un género, porque una lengua no debería encasillarse en un estilo ni suponer una barrera para nadie, tampoco un parteaguas que separe a alumnos de los colegios en diferentes aulas (esta ya es otra historia, o quizá no tanto). Pocas voces se me ocurren, por tanto, más autorizadas que la suya para diseccionar la carrera del grupo de Gandia que la suya.
Lo hace a través de sus canciones, pero el relato es suficientemente fluido, nada propenso al esquematismo enciclopédico o de tesis doctoral, como para enganchar desde la primera página, tal y como hizo Simon Goddard en "The Smiths 1982-87: Canciones que te salvaron la vida" (2024), por buscar un paralelismo reciente. Espléndidamente documentado y contado, el libro nos detalla las influencias, los antecedentes, la filosofía vital y los mil y un detalles que explican el ascenso de un proyecto que se convirtió en todo un fenómeno popular, alimentándose de la efervescencia que les precedía (Orxata Sound System, Aspencat, La Gossa Sorda) y que supo reformular ese legado para hacerlo transversal y que llegara mucho más lejos de lo que nunca hubieran soñado, llenando Sant Jordis, Wizinks y Plazas de Toros. Su herencia no ha caído en saco roto – basta afinar un poco el oído ante lo que se cuece por aquí en los últimos dos años –, aunque no lo haga desde altavoces mayoritarios, y está por ver si algún día retornan. Mientras tanto, estas 160 páginas suponen una jugosísima inmersión en sus encrucijadas líricas y estilísticas y en el contexto social en el que brotaron.
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