Cuando uno se enamora, la tierra se parte en dos y eleva a la persona prendada hacia el cielo, convirtiéndolo en una suerte de Adán, a punto de tocar con la yema de los dedos la felicidad eterna. Existen, sin embargo, mil imágenes distintas para describir ese sentimiento, una para cada persona que hay en el mundo. Hay películas que aseguran que la muerte no detiene al amor, sino que lo único que hace es demorarlo. Hay quienes consideran, como Jenny Hval, que esa sensación es como una planta que crece y se mimetiza con otra, como una enredadera de la que nacen pétalos y hiedra, las dos encima de sí, el principio de una siendo el final de la otra. Es una escena bonita, sí, pero una que engaña por su belleza y que es en el fondo oscura; porque tanto el pétalo como la hiedra buscan sobrevivir a costa de la otra, y lo que parece un acto de armonía, una metáfora de amor, no es más que, en realidad, un presagio de muerte.
“Paraíso podrido” es mi primer acercamiento a la cantautora, productora y ahora novelista Jenny Hval, pero sólo con esta obra ya somos capaces de ver su estilo artístico e inquietudes, su forma de comprender el mundo. Aquí, la noruega centra la atención en Johanna, una joven que empieza biología en la ficticia Universidad de Aybourne y que se muda con una mujer con la que comparte una creciente tensión sexual. Y aunque es ficción, Jo alberga más de una similitud con la autora, como su apariencia o su procedencia. O como su particular visión de la realidad, tan deformada y vívida –en todos los sentidos de la palabra– que parece un constante estado de vigilia, entre la noche y el día, entre lo físico y lo imposible. Así Hval, extremadamente sensorial a la hora de describir, nos muestra una historia en la que no cabe lo tabú, donde tanto lo bonito como lo desagradable son la verdad. Y es una decisión valiente que, sin embargo, se le escapa de las manos y que provoca que se pierda, ella y los lectores, en su infinito y extraño imaginario.
Algo indudable acerca de “Paraíso podrido” es la gran capacidad literaria y lingüística de la escritora, la cual se crece al describir o al crear imágenes poéticas bellas, alejadas de lo turbio. Es impresionante el nivel de Hval como autora, y más siendo este su primer trabajo, porque es muy buena a la hora de detallar espacios, personas o temperaturas. Podría decirse que es estacional en su estilo, ya que sabe recrear con delicadeza la esencia del otoño o del invierno, las reacciones corporales al frío o al viento. La noruega tiene un don para transportarnos allí donde ella quiere, creando a través de su pluma un puente, un pasadizo con vía directa a lo que ella vislumbra. Y esta aptitud se extiende a su habilidad para intrigar, gracias a la cual nos atrapa como la vejez, primero lentamente y luego de un plumazo, en un parpadeo. Así, Hval hace más interesante una trama sencilla de chica-conoce-chica, un coming of age en el que Jo, además de madurar o de renacer, se adapta a una nueva sociedad impasible en la que no encaja.
Sin embargo, la crudeza y la poética que caracterizan la escritura de Jenny Hval se vuelven en su contra, como una larga pirueta de ballet que se desestabiliza después de efectuar varias vueltas. Por ejemplo, el tono hiperdirecto que usa deja de sorprender a mitad del libro y se torna repulsivo. Si únicamente realizara observaciones raras, podríamos reflexionar que es brusca y morbosa, aunque con una intención de imitar de forma realista a los jóvenes. Pero no; resulta que la autora está obsesionada con el pis, los fluidos, los hongos, lo podrido… En definitiva, con todo aquello de lo que no suele hablar la gente porque incomoda o da asco. Lo peor de todo no es su gusto por lo desagradable en sí, sino el exceso de lirismo y metáforas que emplea, ahora sí extrañas o repugnantes, y que hacen inentendible la novela. Hasta la página 171 la obra es realista aún las excentricidades, pero a raíz de entonces hay un camino de no retorno en el que todo se vuelve raro y onírico, como sacado de los casos más macabros de la serie “Hannibal” (NBC, 2013-2015). Solo que, en vez de cadáveres, son las protagonistas las que se transforman en plantas y en comida, y dejan de ser personas; ahora están hechas de cosas que crecen, como raíces, y nos las describen así hasta el final. La conclusión es un sinsentido y está llena de dudas por resolver, dejando al lector confundido y pensando: “¿Qué acabo de leer?”. Quizá no lo descifre nunca, pero lo que es seguro es que la historia permanece en la memoria y que el último tramo se erige como una espiral de locura y pesadilla. Una que nos recuerda que el querer y la obsesión pueden confundirse, y que nos enseña que, en lo más profundo del alma, cada uno tiene su particular manera de amar.
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