“Pánico al amanecer” fue la primera novela de su autor, el australiano
Kenneth Cook. Un debut sorprendente: es un libro breve y tenso, de una
enorme intensidad. Ya desde su publicación despertó una fuerte polémica, que
fue amplificada por su magnífica adaptación al cine, una película que se ganó
por su salvajismo y fatalismo –ya presentes en el texto original– el estatus de
obra de culto. Cook nos narra un viaje al corazón de las tinieblas, pero en este
caso no es necesario para el protagonista desplazarse a una lejana latitud, a
las selvas africanas, sino en las entrañas de su propio país. Allí, como el
Marlow de Conrad, halla la pesadilla a la que ha de ser fiel hasta el final.
John Grant es un joven profesor, nativo de la costa australiana, que ha sido
destinado a una escuela en un pueblo en el amplísimo y árido interior de la isla-
continente. Es un hombre que tuvo en el pasado ciertas ambiciones materiales
e intelectuales, pero de estas no queda casi nada. Ha pasado todo el curso,
con un desencanto creciente, y ahora por fin tiene la posibilidad de marcharse
durante los meses de vacaciones. Dispone de unos escasos ahorros, y piensa
en regresar a su Sidney total, donde le espera una nebulosa novia medio
olvidada, una chica a la que siempre imagina en una pista de tenis. Sin
embargo, su viaje de vuelta descarrila cuando debe pasar la noche en otro
poblacho anónimo, Bundanyabba.
Bundanyabba, como señala un personaje en un famoso diálogo, es el infierno.
Lo que ocurre es que es un infierno jovial, un infierno hospitalario;
parafraseando al libro, uno sabe que está en el infierno cuando ve a los
demonios encantados de vivir en él. Grant pierde miserablemente sus ahorros
jugando a los dados; a partir de ese momento, entra en contacto con unos
cuantos amables personajes locales –un doctor meristofélico, una joven
ninfómana, un inquietante sheriff– que están en realidad muy felices de
acogerlo y, sobre todo, de beber con él. “Pánico al amanecer” es uno de los
mejores libros que se han escrito sobre el alcohol, y sobre el acto de destruirse
a uno mismo bebiendo. El clima alucinatorio y tóxico que reproduce esta novela
es el de una interminable resaca.
Grant opondrá una cierta resistencia, tratará de marcharse en un par de
ocasiones, pero uno puede salir del infierno por los medios habituales: acaba
siendo traído de vuelta al pueblo por una suerte de fatum kafkiano. El nihilismo
de esta novela alcanza su cima en una brutal cacería de canguros. Después de
lo que acontece en ese capítulo, sabemos, sin duda posible, que está
condenado, que no le aguarda ningún tipo de redención; y sólo nos queda su
caída en picado hasta el fin.
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