He aquí nuestro protagonista: B. Rosenberger Rosenberg, que es algo así como la representación en carne y hueso de todo lo que va mal en la cultura contemporánea. Se trata de un intelectual, un crítico de cine, un individuo patético, neurótico, pretencioso y narcisista, obsesionado con actuar siempre dentro de los parámetros de lo políticamente correcto y la justicia social (lo que no le impide meter la patada al respecto siempre que tiene oportunidad). Alardea de su poblada barba y de su guapa novia afroamericana –si bien, tenemos la impresión de que su relación no va nada bien-, está obsesionado con Judd Apatow y se dedica a escribir ensayos eruditos sobre una amplia variedad de temas absurdos que no interesan, por supuesto, a prácticamente nadie. Cuando viaja a Florida, para recabar información sobre una vieja película muda, se da de bruces con su primera gran oportunidad profesional en una carrera académica de lo más mediocre.
Todos conocemos a Charlie Kaufman el genio detrás de “Cómo ser John Malkovich”, “¡Olvídate de mí!”, “El ladrón de orquídeas”, “Anomalisa” o la reciente “Estoy pensando en dejarlo”, pero ahora tenemos aquí su debut como novelista. Y se trata de un contundente volumen de más de novecientas páginas que contiene muchas de sus obsesiones que ya conocíamos por su obra fílmica; y añade unas cuantas más. De hecho, B. Rosenberger Rosenberg se diría que es una combinación llevada al extremo, y bastante más desagradable, del titiritero que interpretaba John Cusack en “Cómo ser John Malkovich” y de los guionistas gemelos con el rostro de Nicolas Cage en “El ladrón de orquídeas”. Su monólogo también nos recuerda a los “hombres repulsivos” de Foster Wallace, el autor de “La broma infinita”, otra comedia oscurísima y tremendamente extensa.
En Florida, B. conoce a un antiguo conserje negro de ciento diecinueve años, Ingo Cutbirth. Este es una especie de artista marginal que ha dedicado los últimos noventa años a realizar una película en stop-motion, sin título y de tres meses, nada menos, de duración, protagonizada por un dueto cómico a lo Laurel y Hardy llamado Mudd y Molloy. B. cree que se haya ante la oportunidad de su vida: se trata de una película tan excéntrica y única que, sin duda, lanzará a la fama a su descubridor. Y como advierte cuando empieza a verla, también es la obra de un genio de fulgurante originalidad. Lamentablemente, cuando lleva “sólo” diecisiete días viendo la película, Ingo se rinde a la vejez y muere. Así que B. se convierte en, cierto modo, en su albacea. En su heredero. Pero no será nada sencillo. Lo que sigue incluye numerosos payasos, viajes en el tiempo, hormigas superinteligentes procedentes del futuro, hipnotizadores, dobles (y dobles de dobles), comentarios cinéfilos disparatados, nazis, pornografía y muchas referencias a Donald Trump. Se trata de una obra desafiante, a ratos muy divertida, y en otros tremendamente cruel. No es para todos los lectores, pero tampoco las películas de Kaufman son para todo el mundo; y aquí, evidentemente, a tenido la oportunidad de dar rienda suelta a su imaginación sin ningún control de presupuesto o metraje.
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