Hubo un tiempo en el que todo esto era campo, como muy atinadamente se encarga de recalcar Bruno Galindo en el primer capítulo del libro colectivo "Kokotxas" (Liburuak, (2024) – en el que también figura la firma de Jordi Sierra i Fabra (Barcelona, 1947), por cierto – y mal haríamos en contemplar el pasado con una mirada exclusivamente de presente. Cuando el periodismo musical español estaba en pañales, cuando casi todo estaba aún por hacer, cuando las revistas y los libros de referencia en castellano apenas se contaban con los dedos de una mano porque esto era un erial, el autor de este libro estaba ahí. Incluso con aquella pionera "Historia de la música pop 19632 – 1972" (1974). Aquello fue para él una fase iniciática, anticipo de otros menesteres seguramente mejor pagados: en su caso, su ingente producción de novelas, que cuenta con centenares de títulos. Igual que lo fue para José María Íñigo, Constantino Romero o Karmele Marchante, por poner solo tres ejemplos, para quienes escribir sobre música pop o cultura – en general – dejó de ser un modus vivendi hace muchísimas décadas porque les aguardaba un porvenir más provechoso y lucido. Estas 262 páginas, con prólogo de Jordi Bianciotto, son lo que hizo Sierra i Fabra en este negociado (que fue mucho entre 1968 y 1977) y cómo lo recuerda: un libro impulsado por el ejemplo del que su amigo Luis Merino vio publicado en la misma editorial hace algo más de un año.
Es Jordi Sierra i Fabra en estado puro, huelga decir. Lo que más me gusta es cómo describe sus inicios en el mundo del periodismo. Su obstinación en ganarse la vida dándole a la tecla, pese a la enconada incomprensión de su padre. Su ambición por hacer de su pasión su oficio. Su empeño en picar piedra desde muy pronto. Ese tener al "El manantial" (1949), la peli de Howard Roark, como modelo. Esta es una lectura ágil en todo momento. Formó parte más que destacada de las primeras plantillas de Disco Exprés, Popular 1, El Musical, Top Magazine o Súper Pop, y es justo decir que siempre quiso hacer las cosas a su manera. Manteniéndose fiel a sí mismo. Sin componendas. Entre la amplia enumeración de sus trabajos (reportajes, entrevistas, crónicas), destaca un capítulo no muy recordado hoy en día: la forma en la que la industria musical se vio sacudida por la crisis energética de 1973. Lo que menos me gusta es su puntual necesidad de ajustar cuentas con algunos compañeros del gremio (con razón o sin ella: esa no es la cuestión), algo que en cierto modo compensa – quiero pensar – cuando cita a ambos, esta vez con sus nombres y apellidos, entre “los grandes articulistas” de Disco Exprés unas cuantas páginas después, y su tendencia a sacar excesivo pecho, por mucho que hubiera un tiempo en el que pareciera que había un hombre que lo hacía todo en España y que era él: hay un capítulo en el que comenta que “a veces firmaba más autógrafos que los propios músicos” cuando se dejaba caer por algunos conciertos en compañía de Bertha M. Yebra y Martin J. Louis, fundadores del Popu. Pero como decíamos: quizá si lo hubiera contado de otro modo, no sería él.
En cualquier caso, ojalá cunda su ejemplo y sean más los veteranos de esto que se animen a echar la vista atrás y contar sus vivencias de un tiempo en el que también el periodismo musical era algo muy distinto a lo que es hoy en día. Con mayor o menor detalle. Con su jugoso surtidor de intríngulis y anécdotas, como es aquí el caso. Aunque solo sea por reivindicar tan maltrecho oficio y por aquello de que lo que no se escribe es como si nunca hubiera existido.
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