Es curioso el caso de Los Rodríguez. Se destaca de ellos –con razón– que fueron una especie de rara avis en el panorama pop rock español de la primera mitad de los noventa, pero con este ya son tres los libros que se les han dedicado. Primero fue “Los Rodríguez” (Midons, 96), de Luis de California, luego "Los Rodríguez desde la cocina" (Efe Eme, 2002), de Daniel Zamora, y más tarde "Sol y sombra: Biografía oral de Los Rodríguez" (Bao Bilbao Ediciones, 21), de Kike Turrón y Kike Babas, y ahora este volumen de los profesores –de Semiótica y Sociología, respectivamente– Héctor Fouce y Fernán del Val, dos de las firmas que más están abordando aspectos importantes de la música popular española de las últimas décadas desde un prisma académico. Y lo cierto es que las tres visiones son perfectamente complementarias. Porque si aquellas dos se centraban en el relato de la trayectoria del grupo –uno de una forma más sucinta, el otro recurriendo a testimonios de primera mano–, este lo hace abordando el primer y mejor trabajo del cuarteto desde un punto de vista que prima el contexto sociocultural y pone el foco en el interesantísimo y paradójico diálogo mediante el que el rock argentino y el español se retroalimentaron durante años. Aunque podría decirse que fue uno, el primero, el que alimentó al otro durante años. Por algo habían jugado roles divergentes en sus respectivos países. Ahora bien, cabe destacar que “Los Rodríguez. Sin documentos” es un libro que apareció originalmente hace unos meses en inglés, formando parte de la colección estadounidense de monográficos “33 1/3”, y que ahora Sílex publica en castellano.
Pero volvamos a la historia. La relativa desubicación de Andrés Calamaro, Ariel Rot, Julián Infante y Germán Vilella provenía de aquello que siempre se dice de las visiones externas: suelen estar menos adulteradas, exentas de prejuicios. Seguramente por ello la bicefalia compositiva del grupo, esencialmente argentina, no tuvo rubor en somatizar la rumba (¿qué otra cosa es la canción, “Sin documentos”, tan sensacional como finalmente irritante por sobreexposición?), entre otros tropos hispanos ya demodé para quienes promulgaban otras estéticas (el indie lógicamente los ignoraba, pero hacen bien los autores en recordar a Seguridad Social, Rosario o Manolo Tena, que lo petaban con simbiosis similares), y fundirlos con modismos porteños que enlazaban con la tradición de Tequila y Moris. También con Gabinete Caligari (hay algo, o quizá mucho de ellos, en la pasión taurina de Calamaro) y de Sabina, a quien telonearon en aquella gira conjunta de 1996. Otra de las muchas paradojas de nuestro pop, no exclusiva de ellos: su disco de despedida –como ocurrió con Nacha Pop o Radio Futura– fue el más vendido. Un libro esencial para fans e interesantísimo para profanos.
Carlos Pérez de Ziriza
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