A nadie se le escapa el actual apogeo del formato de vinilo, en una pasión renacida en los últimos años que no debe esconder que, durante largo tiempo (y no hace tanto), el ahora codiciado círculo negro fue defenestrado en beneficio de ese Compact Disc que (lo que son las cosas) ahora luce como el patito feo de la industria. Fue entonces cuando muchos insensatos se deshicieron de su colección de vinilos, apostándolo todo a ese CD que entre finales de los ochenta y (sobre todo) los noventa parecía haber llegado para quedarse.
El presente libro es para todos aquellos que nunca perdieron la fe y llevan, desde que su mente alcanza a recordar, amasando ininterrumpidamente una preciada colección de vinilos. “¡Lo tengo en vinilo!” no es sino, tal y como reza el subtítulo, “una historia sobre la fidelidad y el amor… a un formato”. Y también es, qué demonios, una oportunidad para sacar pecho y presumir de preciados objetos, no tanto por un hipotético valor de mercado sino por los pliegues sentimentales que esconden. El músico gallego Oscar Avedaño (Siniestro Total/The Bo Derek’s) selecciona nada menos que noventa referencias de entre su catálogo para, a continuación, escudriñar aquellas remembranzas apiñadas en torno a cada una de ellas.
Porque, en ocasiones, adquirir un disco no se limita únicamente a disfrutar de su contenido (que también, no lo olviden), sino que el asunto adquiere connotaciones personales que bien pueden llegar a quedar en la retina para siempre. De la tienda o ciudad en donde se tuvo a bien adquirir la referencia al descubrimiento del artista que ocupaba la portada, pasando por la compañía del instante o un sinfín de hechos paralelos asociados sin remedio a ciertas canciones. Se trata, en definitiva, de exponer las variopintas sensaciones que rodean al elepé en cuestión, en forma de impagables valores añadidos que hacen que ese trozo de plástico mute en pieza de valor incalculable para su propietario.
Es la teoría que el autor esgrime con naturalidad y honestidad a lo largo de casi trescientas páginas (con prólogo de Julián Hernández de los propios Siniestro Total), apostando, como no podía ser de otra manera dado el carácter del tomo en cuestión, por una primera persona con la que resulta fácil empatizar. Desde el inicio hasta el final. Una apuesta ejercida con romanticismo y cariño, pero sin florituras ni sensiblerías de película. Que aquí, de lo que se trata en última instancia, es de ensalzar el poder del rock & roll, caramba. Y, si lo primero va implícito en la materia, lo segundo hubiera resultado del todo innecesario.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.