Es el sino de cualquier movimiento underground: emerger del subsuelo y ser absorbido por el mainstream de una forma superficial y desvirtuada. También le ocurrió al riot grrrl que germinó en el noroeste norteamericano, de la mano de bandas como Bikini Kill, Bramobile o Heavens To Betsy, y se extendió desde Olympia a Washington DC, a Nueva York, Nebraska o Toronto. Fueron muchos los medios convencionales que le dieron voz, pero muy pocos los que lo hicieron con rigor. Por debajo de la música, que no dejaba de ser esencial, bullía un movimiento feminista que se nutría de lecturas, actividades, encuentros e intercambios culturales, con el fanzine como principal vehículo de comunicación. Muchas adolescentes y mujeres jóvenes sentían que por primera vez tenían un espejo en el que mirarse. Alguien con quien compartir su inquietud por conductas que parecían normales, por frecuentes, pero no lo eran.
Kurt Cobain, Calvin Johnson o Ian MacKaye pusieron su granito de arena para que todo aquello cobrara visibilidad, pero esta es la historia de todas y cada una de las mujeres que nadaron contra corriente en una época muy distinta a la que vivimos hoy en día: el feminismo parecía agotado como herramienta cultural para impulsar cambios en la sociedad, al menos en los EE.UU. La periodista y profesora universitaria Sara Marcus lo vivió de cerca, y el gran mérito de su libro es hacerte sentir que estás justo en el meollo de aquella revuelta diseminada que se propagó entre 1991 y 1994. Es como una historia oral pero sin su encorsetado formato, convertida en un completísimo y magnético relato, que ayuda a entender, sin complacencias ni visiones idealizadas, las contradicciones inherentes a un movimiento condenado a apagarse en poco tiempo, pero también a acabar plantando una semilla cuyos frutos son más que visibles hoy en día.
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