Los tres chavales desaliñados de Nirvana hicieron historia cuando destronaron a todo un rey del pop como Michael Jackson del número uno de la lista Billboard. Aquello fue una anomalía irrepetible, un maravilloso accidente, pero en ningún caso fue algo instantáneo. Aquel 11 de enero de 1992 eclosionaba un movimiento que empezó en el subsuelo de la lluviosa Seattle.
Esta es la idea de partida de “La explosión del grunge” (Redbook, 2024), un libro escrito desde dentro por alguien que siempre estuvo allí: el mítico guitarrista Steve Turner. Y es que, como recuerda en uno de los capítulos, el término grunge se acuñó por primera vez en 1986 para describir el EP “Dry as a bone” de los seminales Green River, una de sus primera bandas.
En esa peculiar formación coincidió con dos futuros miembros fundadores de Pearl Jam, Jeff Ament y Stone Gossard. Este último sitúa a Turner entre los padres intelectuales del movimiento: “Mudhoney son grunge. Ellos se lo inventaron”, afirma este genio de las seis cuerdas en el prólogo de una obra a caballo entre la autobiografía y la crónica musical en la que también ha colaborado el periodista musical Adem Tepedelen
Turner repasa en las casi 300 páginas del libro su trayectoria vital desde que se muda con su familia a Seattle con apenas dos años desde Texas, y en la primera parte sobresalen sus dos grandes amores: primero fue el skate y luego llegó el hardcore, que derivó en el punk más garajero. Su primer concierto de Black Flag fue “toda una revelación”, dice, pero no tanto como la primera vez que pisó un pedal de distorsión Big Muff y comprobó que no hacía falta ser un virtuoso de la guitarra para armar buenas canciones.
Como crónica del citado movimiento, el tomo arranca a finales de los ochenta, cuando la escena parecía libre de intereses no artísticos, con los inclasificables U-Men y Mr. Epp and the Calculations marcando el paso, y llega a mediados de los noventa, cuando todos los ojos estaban puestos en la ciudad esmeralda tras el éxito fulgurante de Nirvana. “Cuando murió Kurt, en cierto modo, fue el comienzo del fin para la supremacía musical de Seattle”, sostiene el autor, ahora afincando en la vecina Portland, que trufa el libro de anécdotas impagables. Como ese surrealista encuentro con el entonces presidente Bill Clinton, que les pidió consejo sobre si tenía o no que hablar del suicido del líder de Nirvana en sus discursos, y con Courtney Love, a la que le faltó tiempo para regalar todas las guitarras de su difunto marido.
Se han publicado hasta la fecha incontables libros y documentales sobre el grunge, pero faltaba la mirada tranquila de Turner, un tipo que consiguió salir indemne de aquella explosión y seguir publicando discos reseñables con Mudhoney más de tres décadas después.
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