Con el precedente que le da ser una de las voces más reivindicativas e inquisidoras de las ondas y tras haber colocado ya su cruda guillotina sobre un par de poemarios previamente publicados, Javier Gallego se atreve en su primera novela de ficción a recordarnos un capítulo tan significativo y revelador para una generación entera como fue el 15-M y sus determinantes consecuencias.
Bajo una estructura clásica basada en tres actos, “La caída del imperio” nos invita a sumarnos a una descontrolada noche de excesos a través de las penas, glorias y vicios de un grupo de treintañeros a quienes el peso de la precariedad no les ha quitado las ganas de celebrar la vida hasta el amanecer. Despidos que silencian la verdad, corazones rotos sin rumbo fijo, patadas y golpes que callan revueltas y futuros inciertos plagados de dudas, escasez y miedo. En efecto, Darío, Amalia, Jaco, Abel y Leo podríamos ser cualquiera de nosotros.
Más allá del contexto en el que la historia se desarrolla (escasos días después de las acampadas espontáneas que se produjeron por todo el país demandando responsabilidades al bipartidismo del momento), Gallego insiste a partir de la emoción y el humanismo en convencernos de que su obra no es una mera novela política. De hecho, y considerando lo absolutos que son sus temas y lo trasladables que son muchas de las situaciones individuales de los personajes, las más de 300 páginas que conforman la novela podrían perfecta (y desgraciadamente) ubicarse en cualquier otro momento de nuestra historia reciente y no notaríamos diferencia alguna (“Allí ha estallado la primavera árabe, aquí la primavera solo llega al Corte Inglés”).
Por ello, lo que realmente hace de “La caída del imperio” una absoluta brillantez literaria es su afán por convertirse en una crónica coral sobre la amistad, reflejando en sus contrastados tonos la importancia de la misma -especialmente cuando nuestros particulares imperios se desmoronan. A las puertas de despedirse oficialmente de su juventud, el grupo se aferra a esa última copa, esa última calada o esa última raya, intentando alargar lo máximo posible un inevitable adiós. Una noche que no quiere acabar, salpicada de euforia rock (“It's only teenage wasteland”, cantan los Who en pleno mañaneo) que simboliza en una dolorosa y exquisita metáfora el presente de sus voces.
Empleando técnicas del realismo sucio más sui generis y echando mano de diálogos cruzados y casi dadaístas (donde emisores y receptores abandonan su identidad y conforman un magma indefinido de diálogos), ásperas y bulímicas descripciones, coloquialismos instintivos, referencias innumerables a la cultura pop y un anárquico sentido de la prosa (onomatopeyas, tamaños de fuente que bailan e interrogantes lanzados a la cara), Gallego nos regala una lectura que solo podría categorizarse como psicodélica y lisérgica. De las que colocan y encima no dejan resaca.
En fondo y forma, podría parecer que su polifacético autor ha abandonado la poesía en favor de la narrativa, pero la poesía no le ha abandonado a él. “La caída del imperio” es un muy particular parto literario de casi una década de gestación en el que sigue habiendo mucha lírica, haciendo de algunos de sus fragmentos verdaderas travesías espídicas que dan palabra a todo un sentir generalizado (véase los monólogos internos de sus personajes o el delicioso “Manual para escapar de la policía”). Independientemente de haber vivido o no la coyuntura social y política en la que la obra se desarrolla, sus protagonistas y la deslenguada exposición sus vidas universalizan la materia para todos los públicos y hacen de este un debut digno de la reputación de su abajo firmante.
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