Puede que quien se acerque a este libro con la ilusión de desentrañar las claves que explicaron el ascenso de Liz Phair a la primera división del indie rock norteamericano de los noventa se sienta defraudado. Porque no va de eso. La música es el telón de fondo de estas más de 300 páginas. Es el pretexto, pero rara vez el núcleo central.
Apenas hay referencias a otros músicos, a discos de cabecera, a productores, a conciertos y festivales concretos o a referentes femeninos, por mucho que los nombres de Patti Smith o Kim Gordon hayan sido citados como patrones literarios. Tampoco a nombres de la industria. Ni siquiera cuando hay un capítulo entero dedicado a otro músico (acusado en su momento de acoso sexual por parte de compañeras del gremio) aparece mencionado por su nombre, aunque sea fácil deducir quién es. A cambio, el lector dará con una narradora de mucha más talla de la que se intuía en sus canciones, que desvela unas memorias que son, en realidad, una lección de aprendizaje vital. Un conjunto de relatos escritos desde el tono confesional de la primera persona, sin orden cronológico, que exploran – desde la infancia hasta la madurez – asuntos como la amistad, la familia, el amor, el sexo, las relaciones de pareja, la maternidad, las diferencias sociales y culturales o el rol de la mujer en la industria del rock, y en el que sí hay menciones para su núcleo de amistades, sus colegas de estudios, algunos de sus compañeros de banda o todos los miembros de su familia.
La atención por el detalle, su desarmante franqueza y el sentido del humor son algunas de sus mejores armas para listar esos terrores – que en realidad no lo son tanto – cotidianos que, en su caso, se agradecen especialmente, por aquello de distanciarse de todos y cada uno de los lugares comunes de unas memorias musicales que, en los últimos años, viven su particular boom editorial, para lo bueno y para lo malo. Esta es una autobiografía inusual, intuitiva y descarnada, tan sorprendente como algunas de las vivencias de su autora – siempre a medio camino de lo convencional y de lo heterodoxo, de lo conservador y lo rupturista, fluctuando entre lo indie y lo mainstream, presa de una desubicación que, a la larga, acabó por explicar su singularidad – y destinada a dejar mucho poso en el lector.
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