Donald Fagen es, sin lugar a dudas, una de las figuras más interesantes que nos deparó el mundo del rock en los años setenta. Pura sofisticación de tapizado jazz bajo la que, al lado de Walter Becker, le hizo un soberano corte de mangas al sueño del verano del amor. Su criatura, Steely Dan, bebía de un concepto: sonar como la versión rock de la banda de Duke Ellington. Bajo esta intención se labró un nombre de perfeccionista crónico que parece haber trasladado a sus labores literarias. No en vano, “Hípsters eminentes” es todo lo contrario a la mayoría de biografías rock que se estilan. Un libro escrito por un anti-héroe en el que, tal como atestigua la parte dedicada a la gira que dio al frente de los Dukes Of September en 2012, el bueno de Fagen teje un diario de ironía al cubo a través del que ironiza acerca de todas las costumbres animales de la “vieja estrella de rock”. Especímen al que responde su autor, sino fuera por la mordacidad con la que es capaz de reírse de sí mismo y todo el circo revivalista que le rodea.
Esta cara B del libro es, sin duda, la joya de la corona de un recorrido que, en el primer acto, discurre bajo un tono autobiográfico cosido a las diferentes criaturas musicales que han ido glosando su cuaderno de bitácora. De las Boswell Sisters a Henry Mancini, pasando por su cinematográfica descripción de los clubes de jazz de los años cincuenta, Fagen se corona como uno de los pocos músicos que han sabido dar el salto a la página en blanco con la mollera a rebosar de autocrítica y la saludable intención de armar una historia alternativa a los cánones más trillados del ensayo rock. Puro Fagen.
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