Hay algo que, como bien define Kiko Amat en el prólogo, resulta perturbador de este libro. Un escalofrío agudo que recorre el espinazo del lector, provocado por la sensación que provoca la cercanía del horror. Comportamientos y vidas apartadas, y no tanto, que viven en las sombras de pura locura adolescente. La misma que sembró de titulares lo que, en 1969, fue considerado como la muerte del verano del amor, orquestada y oficializada por la familia Manson. No en vano, estamos ante la secta de psicópatas que más ha transcendido a lo largo del último medio siglo.
Justamente, ahora que se cumple el cincuenta aniversario de los terribles crímenes de Sharon Tate, Rosemary LaBianca y compañía, la editorial Contra se ha lanzado a la aventura del que, para muchos –un servidor incluído–, se trata del libro de true crime más demoledor de la historia. Y que, junto a una película como El fotógrafo del pánico (1960), se revela como el documento más veraz y aterrador de lo que es la radiografía de un psicópata; en este caso, de Charles Manson y su séquito.
Lo que Helter Skelter contiene para afirmar tal aseveración son setecientas ochenta páginas de pertinaz inmersión en la psique de los asesinos, a través de sus actos y los juicios correspondientes, acompañados de otras sesenta puntillosamente trufadas de pruebas gráficas de la abundante pila de datos, pruebas y seguimientos de las diferentes investigaciones, aquí recogidas y novelizadas por Vincent Bugliosi, fiscal del caso. Bugliosi contó con la ayuda del escritor Curt Gentry para armar este fresco asfixiante de toda una sociedad que, durante la aparición de los horrendos crímenes de la familia, fue presa del pánico, recluyéndose con armas de fuego y perros guardianes dentro de sus casas de Bel Air y alrededores. Psicosis colectiva perfectamente recogida a lo largo de un libro de narrativa ágil, precisa como reloj suizo en su habilidad para entroncar pruebas forenses, declaraciones judiciales y demás información verídica dentro de un relato que supura horror y asombro ante la estupidez humana, a partes iguales. El paradigma de un dicho tan manido como “cuando la realidad supera la ficción”, y que en esta lectura voraz recobra el pulso de su verdadero y más brutal significado. Sencillamente inapelable.
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