El trap. Filosofia millennial para la crisis en España
LibrosErnesto Castro

El trap. Filosofia millennial para la crisis en España

8 / 10
Pablo Vázquez — 29-10-2019
Empresa — Errata Naturae

Hace bien el filósofo Ernesto Castro en advertir de primeras que su acercamiento a un fenómeno tan complejo, y a menudo malinterpretado, como el trap en un momento tan tendente al cuñadismo y a las polarizaciones (y, como casi siempre en la historia, a la minusvaloración sistemática de todos los productos que vienen desde abajo, del corazón de la clase obrera) es cualquier cosa menos convencional, y que su libro no es el típico ensayo entusiasta y meramente descriptivo destinado a un hipotético lector cuya única intención sea introducirse en la parte musical y estética de su particular universo. También Castro se enorgullece, con sinceridad y elocuencia, de haber disfrutado y descubierto esta música desde una libertad solitaria, sin necesidad de pisar bar ni concierto alguno, pese a haber entrevistado e incluso llegado a socializar con muchos de sus principales artífices. En este caso no sé si me consideraría un lector apto para juzgar su trabajo, pues antes de asaltar sus primeras líneas apenas había escuchado con detenimiento una canción trap ni había manifestado interés la música urbana; ello no ha sido impedimento para que haya podido apreciar los valores de su minucioso, valiente y revelador análisis exento, gracias a dios, de todo paternalismo; de hecho, lo he disfrutado y mucho, sirviéndome además de perfecta alfombra roja para valorar el movimiento desde las múltiples perspectivas que su autor propone.

Sistematizado con precisión germánica, alegremente obsesiva –como puntualiza Castro, organización tripartita: nueve capítulos con tres secciones cada uno-, “El trap” es ante todo un tratado filosófico, sociológico y parapolítico que sostiene y argumenta una tesis medular: la música urbana como banda sonora de la crisis española. Y, como tal, su exposición resulta tan mesurada como convincente, dotada además de un soterrado sentido del humor que esquilma cualquier asomo de pedantería y consigue que incluso sus más evidentes contradicciones (la ideología de sus principales exponentes bascula del anarcocapitalismo de C. Tangana al punkismo de Yung Beef, pasando por el espíritu new age de Nathy Peluso o al sesgo impolítico de Don Patricio) refuerce un discurso que se detiene en cada matiz y en cada anomalía. En este sentido, creo necesario subrayar la extrema habilidad de Castro para, como buen ensayista, llevar al lector a su terreno sin que éste apenas pueda apreciar sus estrategias, adelantándose a sus contrargumentos, con las meras armas de la pericia expositiva, la capacidad sintética, una asumida imparcialidad y, ante todo, un sentido común a prueba de melindres y tiraderas.

Cierto es, con todo, que Castro pretende a veces abarcar demasiado, importándole más una visión global que el valor de cada una de las partes que disecciona. No oculta su preferencia por C. Tangana, Somadamantina, Cecilio G., El Coleta o Bad Gyal y su posicionamiento crítico ante Nathy Peluso, pero se queda algo corto a la hora de someter a un juicio similar a Yung Beef (tal vez porque su visceral realness va más allá de cualquier análisis cerebral) y se sale por la tangente, mojándose sólo lo justo, ante un conflicto tan mediático como el de Rosalía y apropiación/apreciación cultural. A mí no me queda claro si apoya o respeta lo que hace la catalana, o por lo menos si disfruta con su música. El autor cae, asimismo, en algunos tics que parecen querer reafirmar, sin necesidad, su posición de persona de izquierdas y simpatizante feminista, teorizando de forma un tanto gratuita sobre la influencia de los nombres de algunos grupos punteros en la popularización del lenguaje inclusivo o insistiendo sobre el rol de acosador del presentador y humorista Antonio Castelo ante hechos nunca probados judicialmente. En cualquier caso, de ley es reconocer que su reflexión sobre cómo la prensa progresista ha subido a un altar a las trap queens por mero paternalismo no puede parecerme más atinada, como también su instinto a la hora de apreciar lo nerviosos que ponen sus desafiantes letras a algunos voceros de la izquierda proabolicionista o al feminismo de cuarta ola más deudor de los opinables ensayos de Dworkin o MacKinnon.

Entre mis reflexiones favoritas del libro destaco la relación que establece Castro entre el trap como el nuevo indie con Podemos convertido en la nueva IU ante sus aspiraciones de reemplazar al PSOE, y su hábil uso de las reflexiones de Susan Sontag para explicar el fenómeno del flamencamp y particularmente el de Rosalía. También me quedo con la pretensión del autor de haber ido más allá de los nombres manidos, incluyendo interesantes disertaciones sobre Locoplaya, las Glitch Gyals, Lory Money o incluso las parodias realizadas por Carlo Padial para la revista digital Playground y la serie Boca Norte. Nada parece quedar fuera del espectro de la inquieta lupa que aplica un Castro poseído tanto por la curiosidad como por el sentido del deber del profesional responsable, vacunado contra extremismos de cualquier fondo.

Finalmente, una prueba más de la honestidad de este ensayo abigarrado y felizmente excesivo es la honestidad con que el autor reconoce a sus predecesores y referentes. Castro no se olvida de citar los trabajos y artículos de periodistas como Víctor Lenore, Ana Iris Simón o Víctor Parkas, o la imprescindible labor del programa El Bloque, a cuyas periodistas, Blanca Martínez Gómez y Alicia Álvarez Gómez, devuelve un amigable y artero beef en sus conclusiones, consciente, tal vez a su pesar, del potencial polémico de su escrito y recordando la reflexión de Gustavo Bueno “pensar es pensar contra alguien”. Esto sigue siendo así, tal vez ahora más que nunca, aquí y en las calles, en las redes o en los bares.

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