El “Plutón” de Los Planetas -léase, su mítico batería Eric Jiménez, que también lo es de los no menos legendarios Lagartija Nick- reivindica su parte más íntima emocional y sensible en este libro autobiográfico -y narrado en primera persona- en el que deja claro que, por supuesto, es mucho más que las famosas y coreadas cuatro millones de rayas -que dicen que se metió con no se sabe muy bien quién- o el descacharrante “cóctel rollo indie”.
En estas páginas nos encontramos ante una tragicomedia real que, a ratos, roza la hilaridad -diversión a raudales en sus alocados primeros capítulos- para más tarde entregarse a una especie de exorcismo personal en el que el mejor baterista de la historia del indie español deja claro, una vez más y aquí en negro sobre blanco, su odio manifiesto hacia la industria discográfica nacional y la prensa maniquea; su respeto y cariño hacía todos sus compañeros de bandas -si alguien buscaba polémicas con Jota aquí no las va a encontrar-; su pasión total por Enrique Morente, los hermanos Arias y todo tipo de tambores -sean de Semana Santa o de los que se golpean con pedales o baquetas- y la inmensidad de su amor por su hijita Gabriela.
Tras su intensa y entretenida lectura, el libro deja un sabor de boca agridulce por lo que pudo ser y no fue… y es que Eric vale más por lo que calla que por lo que cuenta. Todo lo que afecta a Los Planetas -que es mucho, claro- está muy medido y demasiado controlado y lo cierto es que el autor solo se desmelena -eso sí, a corazón descubierto- al ahondar en sus propias aventuras y muchas desventuras personales y artísticas y eso le honra, no cabe duda. En fin, será un exitazo, venderá muchas ediciones y hará pasar un buen rato a todos esos que veneran, y con más razón que un santo granadino, a uno de los tipos más peculiares, geniales y de verdad del mejor tinglado indie de por aquí.
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