Cuando el mayor guionista de cómics de todos los tiempos, decidió abandonar el noveno arte por la literatura, quedó en el aire una gran pregunta. ¿Moore lograría escribir una novela a la altura de un “Watchmen” o un “From Hell”? Una buena manera de comprobarlo es con esta obra, el inicio de una saga de cinco volúmenes titulada “Long London” (“Londres eterno”, en la traducción española). “El gran cuando” es, con mucho, el más accesible de los libros que ha publicado hasta la fecha Alan Moore. De hecho, el argumento se ajusta bastante a los cánones de la fantasía urbana contemporánea, por mucho que sobresalga de la media de este subgénero por la exuberancia del lenguaje y la inmensa erudición del autor.
Nuestro muy desventurado protagonista es, como suele ser habitual en estas historias, una especie de huérfano. Dennis tiene dieciocho años, trabaja en una librería increíblemente siniestra y tiene muy poco pasado, apenas el tumultuoso recuerdo de los años de guerra. Pues nos hallamos en Londres cuando acaba de terminar el mayor conflicto bélico que el ser humano ha conocido, la II Guerra Mundial. Gran Bretaña ha vencido, pero las privaciones continúan, la gente viste ropa raída y está hambrienta; por todas partes se advierte el rastro mortal dejado por los bombardeos alemanes. Moore evoca esa época con gran detalle, haciéndonos recordar a Dickens cuando narraba las miserias de la revolución industrial; como sucede con el autor de “Grandes esperanzas”, el tono puede ser tierno y humorístico, pero que no oculta ni una pizca de sufrimiento. Un día en que envían a Dennis a hacerse con cierto número de libros de Arthur Manchen, uno de los grandes maestros británicos de la fantasía y el horror literarios de principios del siglo XX, sucede algo inesperado. También cae en sus manos uno que no debería existir. Un libro ficticio que Manchen inventó para uno de sus relatos.
Esto le causa al pobre Dennis un sinfín de complicaciones. Perderá lo que consideraba, por muy provisional que fuera, su hogar, su refugio. Entrará en contacto con corredores de apuestas surrealistas, magos (por supuesto), miembros del hampa local, una joven prostituta que se apiadará de él y acabará por verse envuelta en la trama y, sobre todo, entrará en contacto con el “verdadero Londres”, que es donde procede el libro. Una ciudad fantástica en continúa metamorfosis poblada por gigantes femeninos, buzones carnívoros, gatos asesinos y un montón de fantasmas ilustres, como el del revolucionario y dictador Oliver Cromwell. Cuando Dennis (casi siempre contra su voluntad) cruza las barreras que separan la ciudad que conoce de su versión “platónica”, la narración pasa a cursiva (un recursos sencillo y eficiente). En estas secciones, Moore se desata con una alucinante imaginería a medio camino de William Burroughs y Lewis Carroll; y, desde luego, tienen que haber sido una tarea complicada para el traductor, el escritor Juan Trejo, quien ya demostró en su primera novela, “La máquina del porvenir”, que era un devoto de la obra de Moore. Por fortuna para él (y quizás también para el lector), no ocupan un número excesivo de páginas).
Los primeros capítulos de “El gran cuando” pueden resultar algo arduos, porque el extremo perfeccionismo de Moore a veces juega en su contra; da la impresión de que no es capaz de terminar una frase sin una metáfora o una imagen y, aunque estas son a menudo brillantes y geniales, la suma resulta algo recargada. No llega al nivel de impenetrabilidad de “Jerusalén”, la mastodóntica novela que Moore dedicó a su ciudad natal, pero desde luego, es más exigente de lo que suele proponer la literatura fantástica actual. Pero una vez que entras en la historia, se convierte en uno más de los muchos encantos de esta obra: Moore nos hace contemplar -y sentir- los dos Londres de su libro. Es una novela tan imaginativa, cuenta con un elenco de personajes tan interesantes y, a su manera, atractivos, que queremos que nos cuenten más. Por mi parte, estaré aguardando las siguientes entregas de “Londres eterno”.
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