El Buscavidas

Hablar de Walter Tevis es hacerlo de una de las figuras literarias más imprescindibles que surgieron entre los años cincuenta y ochenta. Más allá de esta consideración, nos estamos refiriendo a un tipo con una capacidad inaudita para saltar con maestría entre géneros literarios, con un punto de excepción en la ciencia ficción, terreno en el que nos ha brindado pináculos del género como “Sinsonte”, “Las huellas del sol” y “El hombre que cayó a la tierra”.

La versatilidad de la que siempre hizo gala también le sirvió para ofrecer su particular mirada en terreno deportivo, con joyas como “Gambito de dama”, en la que el ajedrez es la excusa central, y otros juegos de puro y whiskey como el billar. Precisamente, esta última disciplina es la excusa a través de la que dio forma a la novela que luego sirvió de excusa para que Robert Rossen dirigiera “El buscavidas” (61), film icónico a través del cual Paul Newman ofreció la interpretación más intensa de toda su carrera. Señalo esto último porque es imposible adentrarnos en la tragedia personal de Eddie Felson “el rápido” y no hacerlo con la imagen de Newman en la mente.

Redención e infierno se dan cita en tan memorable indagación hasta los límites de la voluntad humana. Un trasiego escrito con el pulso desbordado. Tensión en estado puro a través de la cual Tevis nos convierte en espectadores del espectáculo de los horrores al que nuestro protagonista es arrastrado por medio de una capacidad a prueba de balas para describir los suburbios en los que malgasta su vida. Sin duda, un personaje icónico del séptimo arte, que antes de la gran pantalla tuvo su nacimiento en esta novela, ideal para todo el que quiera saber lo que se siente como vouyeur de un ser en lucha constante con sus demonios personales.

En definitiva, caviar literario que quema y escuece con elegancia, pero sin ninguna clase de concesión. O cómo sería una novela de Hubert Selby Jr. de adecuarse a los reglamentos narrativos del noir de fregadero.