“Esta es una historia de amor y pido disculpas por ello; ha sido algo involuntario”, confiesa la angelina Eve Babitz en la primera frase de su libro “Días lentos, malas compañías”, publicado en 1977 y ahora espléndidamente traducido al castellano por Anne Guerra para la reciente edición de la editorial Colectivo Bruxista. Uno sabe que un libro le va a gustar cuando su primera frase le seduce y golpea. Es el caso. “Pero quiero que se entienda desde el comienzo”, prosigue Babitz, “que no tengo ninguna expectativa de que acabe bien”. Es la sobrecogedora apertura del texto, que la autora dedica a uno de los muchos amantes que tuvo a lo largo de su vida. Acaso a uno muy especial, “la persona de la que estoy enamorada”, revela con esa fina ironía y misterio que maneja. Y así, cada uno de los diez capítulos arranca con una entradilla en cursiva dirigida a su “amor”, en un relato que retrata la socialité de Los Ángeles de los sesenta y setenta; rebosante de inteligencia, ácido sentido del humor, mala leche, sensibilidad, ternura, orgullo de género y extremado buen gusto. Y en constante conflicto y contradicción, como la vida misma. Más que una carta abierta de amor -más bien un recurso formal para estructurar el relato-, esta es una cruda y a su vez bellísima fotografía de aquellos locos años en Los Ángeles, donde todo quisqui pretendía celebridad, éxito y dinero. Se abren paso así recuerdos, vivencias, lugares, personas, momentos, manjares, licores y sustancias de todo tipo en un recorrido canallesco, etílico y alucinógeno por la ciudad de Jim Morrison, que le dedicó su canción “L.A. Woman” a ella. Alineada y comparada ya en su momento con Joan Didion y la onda del nuevo periodismo, con la experiencia personal en primer plano. Las descripciones de esas experiencias son, en Babitz, de absoluto gozo y deleite para el lector: “Los Bloody Mary del restaurante Musso & Frank’s no tienen parangón en la historia del pensamiento occidental y pueden curarlo todo. Esas limas festivas y la pimienta recién molida se combinan con el zumo de tomate para oler a canela.” Mataría por probarlo.
“El escritor que solo se dedica a escribir no regala al mundo más que un enorme bostezo literario. El escritor no debe ser escritor, debe ser otras cosas y además escribir. Eve Babitz es cientos, miles de cosas”, observa la escritora María Bastarós en el prólogo de este libro, que reúne el talento de cuatro mujeres: sumando a las tres mencionadas a la bruxista Adela Domínguez, responsable del diseño de la cubierta y la tripa. Y así es: tal como dice Bastarós, Babitz, escritora, periodista, artista visual y feminista, vive la vida con toda la intensidad, sobre todo de noche. Según le informa a uno de sus admiradores, interesado por su magia literaria: “escribo en mi máquina de escribir, por las mañanas, cuando no hay nada más que hacer”. Porque ella anda siempre liada en esta o aquella fiesta, cena o comida en ese fascinante restaurante o cantina; o tomando ese delicioso cóctel que solo hacen en aquel olvidado rincón donde todavía pasar desapercibida. Siempre con el ojo puesto en la decadente e hipócrita escena angelina, dispuesta a hacerle un traje a quien haga falta, ajena a todo atisbo de felicidad o estabilidad.
“Yo tengo la teoría de que cuando eres muy feliz no te paras a escribir, te dedicas a ser feliz.”, decía Javier Peña, autor de “Tinta Invisible” (Blackie Books, 2024), en una reciente entrevista para El Periódico de Catalunya. Babitz -fallecida el pasado 2021 tras veinticuatro años retirada a causa de un grave accidente- estaría muy de acuerdo con esto.
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