Difícil será que servidor no incluya este libro en una hipotética lista de mejores novelas leídas este año. Y no crean que para ello me ha influido que Stephen King afirmara con rotundidad que era la mejor que había leído en su momento. Es que lo tiene todo para volarme la cabeza. Para empezar es un western de los de antaño. Con pistoleros, duelos, caballos, cantina y todo lo que puedan esperar del género. Además la firma el grandioso Richard Matheson, al que conocemos por estos lares por obras como “Soy leyenda” o “El hombre menguante”, por citar sus trabajos más populares. Un escritor superlativo que podría pasar por uno de mis favoritos y al que, desde su muerte en 2013, echamos mucho de menos.
La cosa, no se crean, tiene su guasa. Porque el protagonista de estos diarios es Clay Halser, que pasa de la horca a convertirse en marshal en un santiamén. Hasta ahí podría parecer más o menos normal. Quizá con la originalidad de estar escrito en forma de diarios recuperados para la ocasión por una tercera persona, amigo del protagonista. Lo bueno viene cuando nos damos cuenta que ese protagonista está basado en la figura del legendario Wild Bill Hicock, que hace más de un cameo, por cierto, a lo largo de sus páginas. Así que nos encontramos con un personaje basado en una figura histórica real que también sale en la novela. Bien ¿no? Ah, pero los lectores más avispados y, sobre todo, más conocedores de la obra de Matheson ya se habrán dado cuenta de la guinda. Claro, el de Nueva Jersey es un experto en el tema. No en vano en 1996 escribía “Las memorias de Wild Bill Hicock” que, por cierto, claman por una traducción. Así que no solo estamos ante una gran novela de género sino que además está perfectamente documentada. Una joya de la primera a la última de sus páginas.
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