“Derecho a la fiesta” relata, en primera persona y desde el punto de vista de uno de sus principales artífices, el nacimiento, desarrollo y posterior difuminación del movimiento DIY Sound System en Reino Unido. Harry Harrison fue, en efecto, uno de aquellos anárquicos visionarios que decidieron apostar por el poder redentor de la música, en un alarde de pasión, locura y necesidad vital por encontrar la diversión. Un despliegue sustentado (y potenciado) por una facción concreta de la electrónica del momento, como satélite innegociable en torno al que debían orbitar aquellas fiestas gratuitas y alucinadas con las que tintar de vivos colores –motivados por el consumo nada discriminado del éxtasis y otras drogas– la gris estampa que envolvía Gran Bretaña a finales de los ochenta.
El colectivo DIY Sound System (cabe señalar que esa acogedora sensación de formar parte de un “colectivo” resulta clave en el argumento de “Derecho a la fiesta”) aportó su granito de arena (no tan pequeño) para que las cosas comenzarán a cambiar a principios de los noventa, en una revolución con sabor a acid house. Como no podía ser de otra manera, entre las trescientas páginas del tomo se suceden cuelgues y alocadas historias propiciadas por el consumo de estupefacientes (cabe suponer, dadas las circunstancias, que completadas o adornadas por el imaginario del autor). Unos colocones planteados como consecuencia de un catalizador mucho más importante: la propia celebración de la cultura underground y la libertad. Harrison se preocupa de analizar, con trazo clarividente, aquellos escenarios del país (ya fueran raves, festivales o clubes) por los que se extendió imparable la cultura de baile, primero en Reino Unido y a continuación apuntando a otros lugares del planeta.
Es así como la referencia se convierte, paralelamente, en un impagable documento de época, fiel testamento de aquellas circunstancias socio-políticas que propiciaron la afición de los veinteañeros por esas celebraciones masivas y que, en estas páginas, se entremezclan sin prejuicios con las memorias del firmante. Con interesante (y nada velado) prólogo a cargo de Luis Costa –autor de “¡Bacalao!” (Contra, 16)–, “Derecho a la fiesta” es un libro fantástico, por momentos divertido e incluso hilarante tiendo en cuenta que el devenir de los hechos y la forma altamente improbable en la que se precipitaron los acontecimientos. Pero también suma pasajes dramáticos y poco o nada edulcorados, dentro de un periplo en el que, desde luego, no todo fueron risas. No en vano, el volumen sirve como sentido homenaje a aquellos compañeros “que no lo consiguieron” y cayeron por el camino. Un trabajo, en definitiva, equilibrado, cabe suponer que honesto y, desde luego, esclarecedor.
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