Carezco de datos tan detallados como los de la autora de este libro, pero juraría que el ochenta por cien de lo que se publicó en la prensa musical española al hilo del "Lemonade" (2016) de Beyoncé – y un servidor se incluye – se ceñía al aspecto conyugal: los trapos sucios de la infidelidad de Jay Z y su forma de airearlos. Y eso es perder completamente de vista el aspecto de reivindicación racial y feminista que poblaba un disco que, al igual que su predecesor ("Beyoncé", 2013) y su sucesor ("Act I: Renaissance", 2022), destila una estela de referencias musicales y culturales muy por encima de la media del pop de consumo de los últimos tiempos. Pero mucho. Un abanico de guiños casi inabarcable, del que sí ha ido dando muy buena cuenta la prensa anglosajona, al menos la especializada.
La socióloga Elena Herrera Quintana (Madrid, 1988) tenía ante sí el reto de convertir su tesis doctoral en un libro apto para (casi) todos los públicos, y se puede decir que lo ha conseguido y que, de paso, ha logrado que estas 279 páginas emerjan como algo más que necesario para solventar la miopía con la que generalmente hemos asistido al fenómeno Beyoncé desde aquí: por algo es el primer libro en castellano que aborda su estatura artística desde un enfoque multidisciplinar. Esto no es una biografía, obviamente. Es un completísimo ensayo en el que todas las implicaciones de raza, de sexo, de clase social e incluso de estilo musical que su figura ha proyectado – sobre todo en la última década – son desmenuzadas, rescatando encontradas opiniones a favor de parte y también en contra, y evidenciando las grietas argumentales de algunas de ellas.
A Beyoncé se le ha discutido su autoridad para erigirse en portavoz de nadie por ser una mujer multimillionaria (estigma de clase), se le ha afeado su denuncia del racismo por haber llevado extensiones del pelo o por no ser suficientemente negra, al igual que, desde la trinchera opuesta, se le ha cuestionado precisamente por serlo (estigma de raza), se le ha negado el rol feminista desde posiciones ultramontanas que alardeaban precisamente de feministas y sostenían que una mujer de imagen tan hipersexualizada no podía serlo (estigma de sexo) e incluso se le ha negado cualquier posicionamiento desde posturas que entienden que el pop no es lo suficientemente auténtico, al menos no en comparación con el rock (esto ya es para mear y no echar gota: estigma de estilo). Incluso se le ha demonizado por denunciar la violencia policial con una escenografía que algunos entendieron como incitación ácrata a la quema de sus coches. También por no conceder entrevistas desde hace más de una década: ese endiosamiento en su torre de marfil.
Pero sus audaces actuaciones en la Super Bowl o en los premios MTV, su utilización de simbolismos afroamericanos ancestrales (Nueva Orleans o la figura de la diosa de la fertilidad), su puesta en primer plano de la sororidad, del feminismo a gran escala o de la necesidad de redes comunitarias de ayuda (la estética de los porches) para apuntalar el movimiento Black Lives Matters, así como la introducción de culturas underground en el mainstream al estilo de lo que hizo ya hace mucho tiempo Madonna (el bounce de Louisiana, el vogueing de los ballrooms neoyorquinos), y que tan presentes están en su último disco, hacen de ella una figura de primerísima magnitud sin siquiera entrar en consideraciones más estrictamente musicales, que ofrecerían por sí solas muchos argumentos extra.
La autora del libro, quien considera – con razón – que vivimos en sociedades aún más racistas, sexistas y clasistas de lo que parecen, tiene la gran virtud de resaltar este rosario de connotaciones que desde Beyoncé permean en nuestra cultura popular y cuestionar con argumentos solventes a quienes han tratado de desacreditarlas desde visiones (muy) estrechas de lo que es y significa la estrella tejana, una de las imprescindibles para entender lo que llevamos de siglo.
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