El mérito de escarbar en los entresijos de la historia no sólo pasa por impedir que determinados episodios caigan en el olvido, sino revivirlos a partir de nuevos datos. Desde luego, cabía el riesgo que este sonado atraco, capaz de paralizar a un país entero, quedara como una anécdota inocente en unos años abrumadoramente violentos, en los que la reconquista de las libertades pugnaba con la incertidumbre política. Con el golpe frustrado del 23-F todavía demasiado reciente como para ser digerido, aquel asalto al Banco Central de Barcelona del 23 de mayo de 1981, en el que se tomaron cerca de trescientos rehenes, representa un instante fascinante de nuestra historia reciente por lo turbio de su naturaleza, por las contradicciones en su singular relato y por las intrigas existentes en los albores de la democracia.
Mar Padilla ha dado en el pleno al haber identificado una historia de altísimo potencial –de esas que podrían inspirar una serie– mediante un ensayo que bebe tanto del periodismo de la vieja escuela como de las corrientes historiográficas de la segunda mitad del siglo XX. De hecho, sus cuatro primeros capítulos representan un absorbente ejercicio de contextualización: el anzuelo perfecto para enganchar al lector y convencer al escéptico, en caso de que lo hubiera, de la excepcional materia prima que se desarrolla a lo largo de sus páginas.
Con una precisión quirúrgica, la autora ha sabido equilibrar el rigor reconstructivo con el dinamismo narrativo, haciendo de su lectura una experiencia inmersiva y placentera, especialmente cuando aporta testimonios en primera persona. El relato de José Juan Martínez, el Número Uno del golpe, así como su insólito periplo vital, se convierte en una de las grandes revelaciones de “Asalto al Banco Central”. No hay duda que Padilla ha firmado una obra de altísimo nivel porque, con ella, demuestra la semejanza oculta entre los accidentes con las buenas historias: es imposible apartar los ojos de ellas.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.