Chris Clark -por entonces aún mantenía su nombre de pila como parte de la “marca artística”- llegó diez años tarde a la fiesta de la IDM y eso explica que desde entonces haya desarrollado una carrera a contrapié, ajena a la tendencia, radicalmente libre y que ha dado desde su debut en 2001 en seis discos de los que se pueden decir muchas cosas buenas, pero sobre todo dos: el nivel de autoexigencia (altísimo) y su capacidad de sorpresa y reinvención, siempre a partir de unos parámetros sonoros que encajan en la casa que le da cobijo -Warp- como mano en guante. Tres años después del abrupto “Totems Flare”, Clark se adelanta al anuncio del regreso de Boards Of Canada con una evocadora y en ocasiones bucólica colección de piezas en la que muestra una serie de facetas suyas desconocidas hasta ahora. Ahí están los ecos del folk británico en “Henderson Wrench” y “Open” (con Martina Topley; sí, la de “Maxinquaye”), el setentero calor analógico de “Com Touch” y “Tooth Moves” y una reivindicación, un aviso para navegantes: en “Black Stone” y “The Pining” el de St. Albans nos recuerda que Radiohead no fueron precisamente los primeros en definir el pop del futuro.
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