Como cajón de sastre en el que volcar sus diferentes obsesiones, “Total Strife Forever” tenía un algo de declaración de intenciones. “Esto soy yo, y este mi mundo”, parecía gritar a los cuatro vientos William Martin Doyle, sin terminar por decidirse del todo por la electrónica abstracta, la pleitesía a la cultura de club o las baladas ochenteras. Introspección frente a hedonismo. El resultado fue una entusiasta acogida de crítica y público -búscalo, sin ir más lejos, en nuestra lista de lo mejor del 2014- y un contrato con XL para jugar en ligas mayores. Aunque tampoco es que este joven Juan Palomo británico parezca muy por la labor de quitarse de esa suerte de esquizofrenia creativa con un segundo disco en el que vuelve a haber volantazos estilísticos: el arranque a lo Ben Frost con “The Juddering”, ese intermedio bakala que es “Entirely”, o el instrumental de cierre, a caballo de la IDM y Chis & Cosey. Son los signos de puntuación de un álbum que de haber prescindido de ellos se acercaría mucho en duración y en formas a los clásicos del tecno-pop de hace treinta años.
Efectivamente el trajeado Martin Doyle tiene un “algo” que remite a Marc Almond y que va más allá de la semejanza de sus voces. En los dos momentos más emocionantes del disco, su primer single “End Result” y ese baladón digno de los mejores Soft Cell que es “Carousel”, nos encontramos con una rara cualidad: cuando lo íntimo y lo expansivo (lo excesivo) caminan de la mano sin molestarse. Además de una calidez desconocida para las hordas de castrati a lo James Vincent McMorrow que han tomado por asalto al pop contemporáneo. Por todo eso -y por esta colección de canciones, en definitiva- a East India Youth hay que protegerle como especie en alto riesgo de extinción.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.