Mayúsculo, entrañable, inspirado, próximo, impecable… todas las loas y parabienes que hayas leído por esos mundos de Dios sobre el sexto y doble trabajo de Mark Oliver Everett son totalmente ciertas. Pocos discos encontrarás este año que tengan la capacidad de poner tan de acuerdo a la crítica especializada como éste. Un doble que lo tiene todo: Un leit-motiv que da vida a las treinta y tres canciones (según el propio Mr. E el disco habla de Dios y todas las cuestiones relacionadas con él); unas colaboraciones de puro lujo que dejan su huella aunque sin robar protagonismo (desfilan desde Tom Waits a Peter Buck pasando por John Sebastian de los míticos Lovin’ Spoonful e incluso el perro de Mr. E tiene su minuto de gloria); temas que pueden extraerse del conjunto sin perder el sentido, aunque el autor desee que el álbum sea devorado de principio a fin pese a lo titánico del esfuerzo. Y por último, un elaborado entramado desarrollado a lo largo de varios años de esfuerzo en el apartamento angelino de su protagonista y que entronca directamente con el ejercicio de exorcismo de penas y dolores que representó “Electro-Shock-Blues”. Como en aquel, Mr. E se enfrenta a sus fantasmas personales y familiares pero con la perspectiva que da el tiempo. Una obra mayúscula no apta para todos los públicos.
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