Embargado por la excitación del momento, por esos segundos de gloria que posterga todo descubrimiento mayor, toda obra maestra, uno trata de abstraerse de lo que le dicen y dictan las emociones, pero es absolutamente imposible. Eso es lo que magnífica la grandeza de dicha obra de arte, y, en general, de cualquier expresión artística que, desde el primer momento en que te cautiva, se muestra incapaz de desocupar tu corazón y, desde ese mismo instante, tu vida. «Black On Both Sides», el primer álbum de Mos Def, es uno de los elegidos. Generoso en buenos álbumes, pero rácano en trabajos mayores, el hip hop asiste, cuando estamos a punto de darle esquinazo a la década, al nacimiento de otro de esos discos que, en el futuro, deberá narrar su particularísima genealogía. Es «Black On Both Sides» un álbum indiscutiblemente perfecto. No parece fácil abarcarlo en su grandeza, asumir de un tirón el conglomerado de ideas e influencias que lo pueblan. Desbordante en cada canción, en cada homenaje escondido, en cada apunte externo al hip hop y en su portentosa inteligencia, «Black On Both Sides» parece perderse en la inmensidad de toda obra capital. Ni sobra ni falta nada; todo cuadra. Concebido como el mayor tributo que nos regala la década sobre la música negra en todas sus acepciones (soul, funk, rap, rock, jazz...), el debut de Mos Def es un prodigioso trabajo de campo absorbido por la ilusión, el espíritu de superación y el eterno respeto que, además, no duda un segundo a la hora de regalarnos un pequeño milagro cada cuatro minutos. Superior.
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