Bailamos por miedo

Los saltos mortales tienen su riesgo. En el todo o nada está la verdadera salsa, que para mediocridades ya andamos sobrados. Lo que ocurre es que a nadie se le puede reclamar tomar riesgos innecesarios cuando lo suyo funciona, y queda claro que “Change Of Masks” (Subterfuge, 12) fue un Ep de debut más que correcto. Pero me alegro de que estos chicos de Donosti (aunque creasen la banda en Pamplona) girasen con McEnroe y descubriesen que, en su caso, el futuro pasaba irremediablemente por el cambio de idioma. Si no hubiesen asumido ese riesgo es muy posible que este texto que ahora están leyendo no existiese y yo hubiese mirado hacia otro lugar. Es posible que ese día, el de la decisión definitiva, la banda discutiese, dudase, pero Dios había puesto en ellos el dedo que le quedó y no para maldecirles, sino para otorgarles un don que pocos tienen, el de crear algo inteligente, rico y, al margen de influencias más o menos asumibles, francamente personal, lírica y musicalmente personal. Porque no me cabe ninguna duda de que “Bailamos por miedo” es uno de esos discos que nació -agradezco a Abel Hernández que estuviese ahí para ayudar a la tripulación a alcanzar la costa- para convertirse en oasis del presente que toma caminos que, por inesperados, sorprenden primero y atrapan después.

“Bailamos por miedo” tienen un algo de McEnroe, un mucho de rock trianero progresivo de los setenta y un bastante de folk mutante, un algo de hoy, un mucho del ayer y un bastante de lo que vendrá si siguen creciendo. No es una obra perfecta, es humana y eso importa incluso más. “Bailamos por miedo” es reptante, denso y fresco a un tiempo, un álbum –y ese es un gran mérito- que no baja el listón en ningún momento. Un disco que se abre con “En una casa junto al mar” debería ir irremediablemente hacia abajo, pero no, no es el caso. Ahí están “Oh, la mía pena”, “Tiemblan”, “Somos otros”, “Bailamos por miedo” o “Tempestad” para subrayarlo con su entidad, con su espíritu, acústico, eléctrico, épico, melancólico.