¿Es el séptimo disco de los mexicanos Zoé el mejor de su carrera? Todavía es pronto para responder a esa pregunta. Los discos hay que dejarlos reposar para que con el paso del tiempo vayan cogiendo su propio peso y se sitúen por ellos mismos en el casillero que les toca. Lo que si me atrevería a decir es que es el disco de Zoé más homogéneo, el mejor basculado, incluso tocado, y el que tiene un mayor número de canciones con un poder melódico que engancha. ¿Su disco más pop? Sin duda. Solo hay que dejarse atrapar por melodías envolventes de temas que se graban a fuego como “El duelo”. Canción que a simple vista parece facilona pero que no lo es en absoluto, gracias a unos arreglos que le dan personalidad propia, aupada por la forma arrastrada y chulesca con la que canta León Larregui, sin duda, otra de las grandes bazas del álbum. Y es que el cantante y letrista de la banda se ha soltado a la hora de usar de nuevo ese falsete tan característico, pero sobre todo da la impresión que le ha dedicado más tiempo a la hora de escribir unas canciones repletas de mensajes directos, mucho más explícitos que en ocasiones anteriores. Solo hay que escuchar temas como 'Popular', 'Karmadame' o esa delicada maravilla dedicada a su hijo que es 'Tepoztlán' para darse cuenta de ello.
Cuentan los propios Zoé que en el pasado habían confundido el hecho de grabar un disco, con el de hacer una celebración en la que invitar a los colegas a participar de ella. Sin embargo, sentían que para este trabajo había que hacer algo más focalizado en el auténtico significado de pertenecer a una banda. Algo más serio añadiría yo. Y parece que la figura del nuevo productor, Craig Silvey (Arcade Fire, The National, Arctic Monkeys), con el que ya grabaron cuatro temas de “Atzlán” (18) su anterior disco, ha resultado clave a la hora de encarar el proceso. Por lo pronto este ha sido un álbum en el que han tocado todos juntos a la vez en busca, no de la toma perfecta, sino de esa en la que se produce la magia. Ese intangible que te hace pensar que tienes algo especial entre manos. Solo hay que escuchar una delicada balada como “Canción de cuna para Marte' para darte cuenta de que todo suena como y donde debe de sonar. Hecho imprescindible para alcanzar ese clímax psicodélico final en la canción que vale mucho quilates. Lo mismo sucede con la envolvente magia progresiva de “SKR”, el pop sintetizado de la fantástica “Karmadame” o en la más percusiva y oscura “Ese cuadro no me pinta”. Canciones en las que se nota la total implicación de todos, en la búsqueda de lograr algo único, partiendo, eso sí, del característico, solvente y cotizado sonido de la banda. No se trataba de realizar un giro radical, sino de profundizar en aquello que han demostrado a lo largo de más de dos décadas que saben hacer muy bien: aunar emoción y fuerza en una impecable colección de canciones.
¿Es por tanto el séptimo disco de los mexicanos Zoé el mejor de su carrera? Pues todavía es pronto para responder a esa pregunta, pero sin duda es, como el buen tequila, el más reposado. Y en eso también ha tenido que ver mucho la pandemia de los demonios. Un hiato obligado que provocó que el álbum se grabara en dos tandas separadas por unos meses, que han dado pie a la reflexión y se nota. Brindemos pues por estos “Sonidos de Karmática Resonancia” porque hay que paladearlo son el mismo deleite con el que ha sido fabricado.
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