Acojona contar todo aquello que guardas bajo llave. Los horrores que has vivido, las bestialidades que te han hecho, o las que tú también has hecho. Porque por nada del mundo quieres ser reducida a “una víctima”, ni tampoco que infravaloren tu dolor, o que lo usen contra ti. Sientes además que tú tienes (por fin) cierto poder si te las callas. Sobre todo si además un día te armaste de valor para contárselo a alguien, por fin conseguiste confiar lo suficiente para desnudarte... Y esa persona acabó dándole la razón a tus ralladas paranoicas, haciendo exactamente lo que más temías. Pero el tiempo pasa, y más adelante decides abrirte con alguien que, esta vez sí, es la persona indicada (o personas indicadas). Esta vez, ese alguien te sujeta el pelo mientras vomitas tu dolor, y luego te lava la cara. Esta vez no ha recibido esa información como munición; ha recibido tu confianza como un tesoro. Y, como tal, decide cuidarlo. Y cuidarte. Cuando eso ocurre, te das cuenta de que tú no tenías el poder; el poder lo tenían todas esas historias sobre ti. Y todas las personas implicadas en esas historias. Incluso, en lo que a actos propios se refiere, todas esas versiones de ti misma. Son todas ellas quienes tenían el poder sobre ti y, ahora, gracias a esas personas de confianza y (sobre todo) a ti misma, empiezas a recuperar ese poder.
De alguna manera, Zahara ha hecho extensible ese “personas de confianza” a todos los oyentes de “Puta”; fuese concebido o no con esa intención, este disco conectará con muchas personas que se vean reflejadas en él. Prueba de ello es que todas las frases que he escrito antes en segunda persona, realmente las estaba escribiendo en primera. Porque somos muchos quienes nos hemos tragado el veneno esperando que se mueran otros, quienes hemos pedido perdón a nuestro/vuestro Dios, o nos hemos metido los dedos hasta el fondo, o hemos recurrido a algo infalible (“Taylor”, “Merichane”) por sentirnos dañados para siempre (“Canción de muerte y salvación”). Hablábamos antes del poder que recupera Zahara al contar su historia, pero es que además el resultado, este disco, adquiere su propio poder. Y un ejemplo es el que estáis leyendo: conseguir que estas confesiones –odio esta palabra– aparezcan en una reseña, conseguir que su crítico (o su entrevistador) abandone ese lugar neutro y casi inmaculado desde el que juzga, y se ensucie como el propio álbum lo hace. No me veo especialmente legitimado para analizar el discurso feminista de “Puta” en su reseña, pero lo mínimo que puedo hacer es bajar de esa posición antes mencionada, y ensuciarme yo también. “Puta” es un viaje por el dolor de Zahara, un viaje que, paradójicamente, empieza ese recorrido por el daño sufrido pidiendo perdón por el daño infligido. O quizás no sea tan paradójico.
La sensacional “Flotante” pretende pedir perdón “a todos los hombres a los que he querido mal, y que casualmente son los que mejor me han querido a mí, pero yo no he sabido quererlos, porque realmente no me quería a mí misma”, nos decía, insistiendo también en la idea que apunta “Sansa” de que no es “buena persona gracias a lo que le sucedió”; intenta serlo a pesar de lo que le sucedió. Idealizar e incluso romantizar el dolor no trae nada bueno. En uno de los textos que incluye la cuidadísima edición física del álbum, Zahara habla de cómo, cuando niños, si nos damos un golpe, la rabia nos hace golpearnos luego en la propia herida, y traslada eso a “los dolores profundos” de los adultos: “no sabes hacer otra cosa que añadir dolor a lo que ya duele. Yo estaba intentando entender que justo tenía que amarme ahí donde otros habían fracasado, y especialmente donde yo había fracasado”. Romantizar el dolor no nos lleva a hacer cosas que nos hagan sentir bien, sino a lo contrario. Al autosabotaje, a esa “mancha” que, como bien decía ella, temes que en cualquier momento te posea y lo destroce todo, esa mancha de 'canción de muerte y salvación'. Así que no, realmente no es paradójico comenzar así el disco: “empiezo pidiendo perdón por no haberte sabido querer bien, y ahora te voy a explicar, que no justificar, el por qué no he sabido quererte ni a ti ni a mí misma”, nos aclaraba, exponiendo también el impacto del bullying. “no es solo que no me quisiera, es que además quería ser como ellas, quería ser aquello que más odiaba, aquello que me provocaba todo este daño. ¿Cómo es de terrible que el grupo del cole que más daño te hace sea el grupo en el que quieres estar?”.
“Flotante” refleja toda esta complejidad de maravilla en la composición y producción de sus distintas partes (casi subcanciones), pero es algo que continúa en el resto del disco. En cuanto a la producción, su compañero de _juno, Martí Perarnau (Mucho), ha estado trabajando fielmente al servicio de lo que Zahara quería contar en cada tema, y la jugada no ha podido salir mejor, con momentos pop muy distintos entre sí (el sad banger y bombazo absoluto que es “berlin U5”, el toque TR/ST en la bailable y a la vez angustiosa “Merichane”, el punto más clásico en “Médula” o el coqueteo de ambient y épica en “Taylor”), una sorprendente apuesta por el spoken-word y el rap (“Canción de muerte y salvación”, “Ramona”), ya llegando al rollo punk de esa “joker” que se autosabotea continuamente, ¡y hasta una copla (“Dolores”) que juega con la electrónica! Y en cuanto a la composición, qué decir. Las letras y melodías son muy distintas a las que le hemos conocido antes: aquí todo es mucho más explícito, y a su vez mucho menos accesible. Pero el carácter experimental de este disco no solo no hace que ese aspecto palidezca, sino que lo refuerza.
Tanto en las más old Zahara (“Taylor”, “Médula”) como en las más abrasivas que no dan respiro (“Ramona”, “joker”) te encuentras pasajes sensacionales, que en cierto modo cuesta calificar como “bonitos” o “bellos” aunque, como nos dijera ella, “en un corazón hay belleza y hay casquería”. No sabes si “bello” es la palabra para “cargas, disparas/justo en mi tráquea” (“Sansa”), pero desde luego es una de las metáforas más certeras sobre el maltrato psicológico que has escuchado –y ya no tan metáfora en “de todos los hombres que me han maltratado/tú, que no me has rozado/has sido el que más me ha destrozado”. Ese equilibrio entre belleza y casquería está también cuando habla de disociación en el sexo (“tengo tantos nombres escritos dentro que he olvidado cómo son todos sus cuerpos”, “Negronis y Martinis”), y de disociación en general: es absolutamente maestro el juego que hace en “Canción de muerte y salvación”, donde de “yo estaba ahí, pero no era yo” pasamos a “yo estaba ahí porque era yo”, un preludio de la aceptación que veremos en “Médula”. Zahara ha dejado además multitud de detalles que unen entre sí la canciones de este álbum (la más directa puede ser ese “llevo seis putas canciones explicándolo” de “joker”), pero incluso con canciones anteriores de la ubetense: recordamos el mensaje político de “Hoy la bestia cena en casa”, el tímido acercamiento a la sexualidad en “Inmaculada Decepción”, la rabia descarnada de “Camino a L.A.” (quizás lo más parecido a esto de su discografía) o el juego entre el estribillo de “Médula” y el de “La Gracia”, aquel sobrecogedor tema que abría “Santa”: “no me abandonarán si me he marchado/no romperán mi corazón si lo he arrancado” pasa a ser “si al regresar no queda nadie/quizás no puedan mirar algo tan desagradable”, un matiz que la propia artista explicaba a Mondo en su última entrevista.
“El que lucha con monstruos debe tener cuidado de no convertirse en uno. Si miras demasiado al abismo, el abismo también te mira a ti”, dice la célebre frase de Nietzsche que, disculpad la pedantería, veo muy conveniente aquí. Tenemos un abismo presente desde el primer adelanto del álbum, un abismo en el que ella está “sin saber salir/y no logro huir”. Y todo el álbum es un paseo por esa oscuridad que debería dejar de permanecer oculta. Hay que tener cuidado con el abismo, sí, pero también hay que tener cuidado con ignorarlo. Lo que hace aquí Zahara es exponerlo, aceptarlo y trabajar con lo que ese abismo le ha dejado. Es probablemente lo más sano, pero también lo más difícil. “Puta” es un fresco que, por un lado, representa explícitamente y sin tabúes ese proceso en la salud mental de la artista (y de tantas personas), y por otro representa un momento histórico por diversos motivos: el movimiento feminista y el #MeToo, la pandemia de Coronavirus, los efectos del capitalismo salvaje, la vuelta de fantasmas que se creían superados y el recorte de derechos... Y, claro, todo lo que esto provoca en la salud mental de la población.
Zahara quería llamar “Melodrama” a “Astronauta”, su anterior disco, pero se le adelantó Lorde firmando un disco de culto. Pero ha sido casi profético, porque su sucesor es no solo el mejor disco de Zahara, sino uno de los discos españoles imprescindibles de nuestra historia reciente, y, a su vez, clave para entender tantas historias. Puede que me equivoque, puede que mi nota parezca exagerada, pero creo que “Puta” es un disco histórico, uno de esos cuyo alcance no sabremos apreciar bien hasta dentro de unos años. Hasta entonces, volviendo al presente, lo que está claro es que Zahara está harta de cubrir sus cicatrices. Y, quizás por eso, “Puta” es el equivalente musical a una herida abierta.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.